jueves, 5 de agosto de 2010

La reina curiosa


No demasiado bien parecida (sus súbditos la llamaban Morro de perro entre otras lindeces), la reina soportaba estoicamente la desdicha que llevar unos cuernos que apenas si le dejaban pasar por las puertas de palacio.
Su marido, el rey Enrique II de Francia, aburrido hasta la desesperación y poco dado al apasionamiento que sin duda Catalina pretendía, se había entregado a una hermosa dama, Diana de Poitiers, que le tenía completamente hechizado (algunos cuentan que se trataba de un verdadero hechizo). Ni siquiera los dicienueve años de diferencia les podían apartar. Y es que ella era hermosisíma y se conservaba perfectamente a pesar de su edad.
Enrique se entregó por entero a la bella Diana y le daba tal situación de privilegio que ella parecía la reina de Francia y no su extraña mujer italiana.
Pero Catalina de Médici podía ser fea pero no tonta. Y si su esposo se iba al lecho de su rival debía ser por algo. Dispuesta a aprenderlo ordenó hacer unos agujeros de tal manera que estando en sus aposentos pudiera observar con detenimiento qué hacía Enrique cuando estaba con Diana y sobre todo qué técnicas usaba ella para ejercer esa influencia sobre su persona. Si embadurnarse de aceites no era suficiente para atraer a su marido, quizás si aprendía las artes amatorias de Diana él vendría más a menudo a cumplir con sus deberes conyugales, acto que el rey consideraba una tortura y que sólo practicaba empujado por su amante.
No fue así. Ni agujeros ni espionaje consiguieron que Enrique amara a Catalina o que fuera a ella más de lo necesario para engendrar diez hijos (cosa que tampoco está nada mal). El caso es que la reina aguantó, aguantó, espió y espió. Y cuando una astilla traicionera de la lanza de su oponente en el curso de un torneo penetró en el ojo del rey, le tuvo diez día agonizando y al final le mató, Catalina de Médicis sacó al fin su lado más cruel. Expulsó a Diana, le arrebató el castillo de Chenonceau, regalo del rey, y todas las joyas que éste le había regalado. Ni siquiera pudo estar con su amante en sus últimas horas. Retirada a su castillo de Anet, la bella Diana murió dos años más tarde, a la edad de 67. Y la reina al fin pudo vengarse de la mujer que en vida de su esposo le arrebató su amor y sus atenciones.
No consiguió igualarla como mujer pero pudo vencerla como reina.

1 comentario:

  1. Es que el que te pongan los cuernos da mucha mala leche... habría que ver a muchas mujeres de hoy en esa situación, en esa época, y lo mismo eran más violentas que esta mujer.

    Gracias por la nota histórica, me encanta :)

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