miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Decimosexto día

Por suerte mi malestar no se manifestó al día siguiente. Fue fruto de una tarde horrible. Me levanté con ganas de desayunar y de hacerme fotos en un hotel donde todos son amabilísimos.
Un simpático guía local nos pasó a recoger a la hora prevista para acompañarnos a ver los templos que han dado fama a Khajuraho y que están muy cerca del hotel. Están en tres grupos, oeste, este y sur, aunque sólo visitamos los dos primeros.

En el grupo oeste están los principales. Aquí se encuentra el mayor conjunto de templos hinduistas del país que se han hecho famosos por sus esculturas eróticas. La Unesco los consideró Patrimonio de la Humanidad en 1996. Sin embargo esas esculturas eróticas no son las más abundantes en los templos a pesar de ser las más famosas y ni siquiera se sabe cuál era el motivo de tallarlas en unos templos. Algunos dicen que eran un modo de enseñar a los jóvenes; otros que representan las bodas de Shiva y Parvati.

Los templos fueron construidos por la dinastía chandela entre los siglos IX y X, que era la que gobernaba entonces en el centro de la India. El más impresionante es el templo de Kandariya Mahadev, de enormes dimensiones y con más de 800 esculturas que representan a dioses, demonios o bailarinas. Su altísima torre mide 30 metros y se ha equiparado a una montaña.
En cuanto al resto de templos, las esculturas son muy parecidas en todos ellos, incluso se repiten los modelos o se perfeccionan. En el de Lakshmana llaman la atención las figuras de bailarinas, de orgías y de actos sexuales con animales.

El grupo este tiene tres templos jainistas y tres hinduistas. El templo Parsvanath tiene una bella escultura de Shiva y Parvati. Aunque son sobresalientes no llegan a ser tan hermosos como los templos del grupo oeste.

Luego fuimos a una tienda de esculturas donde compramos un librito del Kamasutra, tan mencionado esa mañana, y unas cartas con imágenes de los templos. Además me compré un libro muy interesante. Después de la visita volvimos al hotel para recoger las maletas y salir hacia el aeropuerto. Se trata de un lugar muy pequeño, de dimensiones casi ridículas. Es tan sencillo que las maletas no se transportan en cintas cuando las facturas sino que unos mozos las llevan a mano. Sólo tiene una sala de espera y desde allí accedes a pie al avión.

El trayecto hasta Vanarasi (Benarés) fue muy corto, apenas 40 minutos, en los que las azafatas nos dieron un bocadillo, agua y una limonada. Todo corriendo, claro. Si apenas habíamos despegado ya aterrizábamos.

Cuando llegamos a Benarés las cosas no se arreglaron. El aeropuerto, si bien es algo mayor que el de Khajuraho, tampoco es muy grande. Las maletas se llevan a mano desde el avión y allí las ponen en la cinta. El conductor que nos llevaba al hotel se empeñó en recogernos las maletas y para ello acabó golpeando a gente, españoles también, que esperaban. Hubiera sido mejor que nosotros cogiéramos las nuestras.

Un corresponsal nos esperaba fuera y nos llevó al hotel. Sólo hablaba inglés por lo que tuvimos que poner atención e intentar hablar poco. Por cierto, por el camino ya vimos un coche con un muerto envuelto en un sudario encima. Y es que estamos en la ciudad de los muertos.

Una vez en el hotel el corresponsal nos habló de la posibilidad de hacer una visita opcional. Se trata de una ceremonia nocturna que tiene lugar todos los días en la orilla del río Ganges y como es natural aceptamos.

Nos pasaron a recoger por la tarde, el guía local que llevaremos en la ciudad y su conductor, para llevarnos a uno de los ghats. No pudimos hacer todo el trayecto en el coche porque llegado a un punto se hace necesario bajar e ir a pie por una zona peatonal. Me sorprendí de la relativa limpieza de la ciudad. Me habían hablado fatal de Varanasi, en el sentido de “ya verás cuando llegues allí; suciedad exagerada y gente mutilada”. Ni lo vi tan sucio ni había más gente en la calle que en otros lugares. O quizás sólo tuve un poco de suerte.

Muchísima gente sentada y barcas pegadas la una a la otra. Eso es lo que vi al llegar al ghat donde se hace la ceremonia. Tanta gente que no sabemos ni dónde vamos a sentarnos. Sin embargo el guía, un chico muy amable, lo tiene todo previsto y nos dice que podemos escoger entre subir a una terraza o ir a una barca. Por supuesto nos decantamos por la última opción, la que nos da la posibilidad de estar viendo el espectáculo en primera línea.

Los indios tratan al Ganges como si fuera una madre y a la vez un dios (o diosa) y es por eso que se le alimenta todos los días, por la mañana y por la noche. El acto de la noche se hace de un modo más vistoso y concentra a un montón de turistas pero también a muchos indios. Unos novios, vestidos de colores no demasiado discretos, empiezan con la ceremonia. Y a los dos segundos ya empiezo a darme cuenta de que tiene un cierto tufillo a turistada. Lo mismo opinan algunas otras personas que nos acompañan en la misma barca. Y es que cuando a los monjes se les escapa la risa y siguen así varios minutos ves que algo no concuerda con esa cosa tan mística que nos han vendido. En fin. No deja de ser curioso verles con el incienso o los candelabros, balanceándolos sin cesar. O cuando tiran pétalos de flores al agua.

Sin embargo a quien miraba la gente era a una anciana, loca seguramente, que no paraba de bailar y cantar entre el público para quejas de los que tenía cerca. De vez en cuando se quitaba el pañuelo que le cubría la cabeza y se rascaba con tanto énfasis que cualquiera hubiera dicho que tenía piojos. Era casi un esqueleto andante y con la manía de observarme desde lejos y hacer gestos que yo ignoraba.

En un determinado momento la gente, los fieles, echan al agua unas ofrendas consistentes en velas rodeadas de flores en una especie de cestita de papel. Y los novicios que celebran la ceremonia beben agua del Ganges, un punto que aún no termino de creer. ¿Puede un hombre joven y en apariencia moderno, a la vista de su reloj último modelo, beber agua de uno de los ríos más contaminados del mundo?. Según el guía, sí.

Terminado el acto pasamos entre la multitud y un par de vacas que se demostraban amor mutuo a base de lametones y cogimos una bicicleta “tuc tuc” para ir al lugar donde nos esperaba el coche entre mucho gentío y tiendas de ropa (preciosa ropa tradicional).

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