miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Decimoséptimo día

Nos levantamos a las cuatro de la mañana porque habíamos quedado con el guía local a las cinco. A las 4.45 un camarero nos sube una jarra de té ardiendo, una de café que no hemos pedido y unas galletas. Más que nada para que no vayamos de paseo con el estómago vacío. Y a pesar de lo temprano de la hora y de que el té no me entusiasma me sentó muy bien.

El motivo de semejante madrugón era hacer lo que todos los turistas hacen en Vanarasi, salir a dar un paseo en barco por el Ganges.

Volvimos al mismo punto donde la noche anterior vimos la ceremonia. Cerca de allí, en un pequeño templo escondido, un sacerdote realiza una ceremonia diurna. Otros están tumbados debajo de unos parasoles de bambú, en principio guardando la ropa de los que han peregrinado para bañarse en el río. Pero la mayoría son mujeres venidas de otras ciudades, que salen todas a la vez, completamente empapadas, vestidas, y mojándome a mí a su paso. El ghat se llama Dasahvamedha ghat y debe su nombre al sacrificio de diez caballos que hizo el dios Brahma. Allí tomamos una barca a remos, las más abundantes aunque también vimos algunas a motor. El río está muy crecido a causa de la época de los monzones por lo que para entrar en las barcas tenemos que pisar sobre una piedra. Es imposible que puedan acercarse más. Una vez cómodamente sentados empezamos el recorrido.

Los ghats de Benarés pueden dedicarse a tres cosas. Como ya vimos nada más llegar es normal que la gente se bañe en sus aguas como un modo de purificación que no comprendo. Y no les cuesta nada beber agua o incluso llevársela en unos recipientes que se compran a tal efecto. Lo mismo ocurría en el lago de Pushkar. Llevar esa agua encima es como llevar un batido de chocolate, así es su color. Pero eso no parece importar a los fieles. Podemos ver a un hombre lavándose los dientes junto a una mujer que se lava el pelo y otro que se frota sus partes impúdicas debajo del calzoncillo. Pero ellos son así. Otro de los usos de los ghats es el lavado de la ropa. Algunos hombres golpean sábanas con énfasis en piedras para después dejarlas secar sobre los ghats (y eso si no las cogen los monos que rondan por allí). El tercer uso y más famoso son las cremaciones.

A medida que te vas acercando al lugar de donde ves salir el humo temes lo peor. Es estar frente a frente con la muerte y con el temor de oler al muerto. El guía nos advierte que hagamos fotos de lejos pero no cuando nos acerquemos para no herir la sensibilidad de los familiares. Y eso hicimos.

Una pila de leña, un sudario en el suelo que cubre un cuerpo sin vida, esperando, y un hombre joven vestido de blanco y sin pelo. A lo lejos otra pira se va consumiendo sin que nos llegue olor a nada. El guía nos dice que el joven es el hijo del difunto y que será él quien, una vez consiga la llama, por la que debe pagarse, encenderá la pira. Por suerte ya no se aplica aquella técnica antigua de las mujeres lanzándose entre las llamas cuando muere su esposo aunque nos cuentan que no hace mucho ocurrió un caso. Me pregunto si fue voluntario o la mujer se tiró obligada o drogada. Las familias deben hacer un gran esfuerzo económico para pagar todo lo que se necesita para cubrir la muerte de alguien pero es una obligación en la India. Me han contado que no es extraño ver partes del cuerpo flotando en el río. Y eso es así porque no todos tienen dinero suficiente para comprar bastante leña como para que el cadáver se consuma por entero. Y en algunos casos la cremación no es necesaria por lo que se limitan a hundir el cuerpo en el río. Es el caso de las embarazadas, santos o los niños por ejemplo. Bueno, el caso es que ni olores raros ni la mejilla de tío Khrisna flotando en el Ganges como me temía.

Por allí rondaba un hombre santo cubierto de ceniza de los muertos y completamente desnudo. Él despertaba casi más interés que las cremaciones.

Yendo hacia el otro lado vimos el Palacio del rey de los Dom. Los dom son una casta que tienen derechos sobre los ghats de cremación. Venden la madera y recogen la ceniza. A la vista de la casa no les va nada mal el negocio, que dura ya siglos y generaciones.

Después de la navegación por el río salimos de la barca para dar un corto paseo por la parte antigua de la ciudad, algo más sucia de lo que había visto el día anterior pero sin ser peor que otras ciudades. Vimos que en la parte cercana a los ghats hay muchísimas tiendas donde venden productos destinados a los muertos (sudarios, leña, etc). Nadie compra nada allí destinado a los vivos; es patrimonio de los difuntos.

Caminando por calles estrechas donde una de cada dos puertas es un templo, llegamos a una tienda de confianza donde dejamos las cosas. Y es que nos vamos a adentrar en la zona donde coexisten la mezquita y un templo hindú. La seguridad nos da una idea de que allí las cosas son cuanto menos complicadas.

Los que no son fieles tienen prohibida la entrada en el templo hindú así que nos conformamos con ver desde fuera la bella cúpula dorada. El Vishwanath temple está dedicado a Shiva y su cúpula tiene 750 kilos de oro. Por supuesto está prohibido llevar la cámara. Este templo data del siglo XVIII ya que Aurangzeb, el cruel hijo de Shah Jahan, destruyó el anterior para construir la mezquita actual, en la que destacan sus cúpulas blancas. Es por ese motivo que la seguridad es tan fuerte, porque están uno y otro edificio prácticamente juntos.

Volvimos al hotel para desayunar y sobre las 9 salimos de nuevo para ir a ver un curioso templo dedicado a la Madre patria. Fue inaugurado por el mismísimo Gandhi, cuya foto preside el templo, en 1936. En él se venera un enorme mapa de la India hecho en mármol con relieve. Se distinguen los países con los que limita, las montañas, llanos y océanos. No sé si realmente el objetivo del guía era llevarnos a ver ese templo o un taller de brocados de seda, muy famosos en la ciudad. Como siempre en estos casos después de una breve explicación entramos en la tienda para ver sus productos. La belleza de las telas me hace comprar tres pañuelos (dos para mí y uno para regalar), una preciosa colcha granate de seda con cojines a juego y un camino de mesa para mi madre. Quizás me pasé con las compras pero era precioso.

Volvimos al hotel a descansar y sobre las 11.45 nos recogen para llevarnos al aeropuerto.
Después de un vuelo de algo más de una hora en el que comemos a toda prisa llegamos a Delhi sobre las 4 de la tarde. Hablando con el guía acompañante durante el circuito habíamos pactado que nos llevaran al mismo hotel donde estuvimos al principio en lugar de dejarnos tirados en el aeropuerto como estaba previsto. Y así fue.

No hubo problema alguno en dejar nuestras maletas en el Taj Palace sobre todo cuando dijimos que teníamos la intención de quedarnos a cenar. Aprovechamos también para reservar los asientos de los aviones de regreso, algo que recomiendo hacer siempre. Por pelos conseguimos sentarnos en la misma fila y con la esperanza de que alguien nos cambiara el sitio.

Arreglados esos asuntos cogimos un taxi para ir hasta la tumba de Safdarjung. Se trata del último de los mausoleos de Delhi, construido en 1754 por el primer ministro de Mohamed Shah, emperador mogol. Después nos acercamos a los Lodi Garden, un curioso jardín que vimos casi en penumbra y donde acuden muchos indios a correr caída la tarde. Abundan en él las tumbas el siglo XV. Además, muy cerca de la puerta, se conserva un puente del siglo XVII. Es recomendable ver esta zona verde con vestigios arqueológicos cuando aún haya luz del día.

A pesar de que el taxi nos acercó al RajPath, la importante avenida de Delhi, no pudo parar para que viéramos el edificio presidencial. Un policía se lo impidió por motivos de seguridad. Y como no se puede llegar a Connaught Place por las obras decidimos volver al hotel para cenar. He de decir que el taxista fue muy honrado porque nos cobró lo que marcaba el taxímetro (algo más de 300 rupias) y nos dijo que le diéramos la voluntad por las esperas. Su honradez le valió redondear a las 400 rupias, muy barato teniendo en cuenta el tiempo que estuvimos, su amabilidad y la comodidad del coche.

La cena fue en el mismo restaurante donde solíamos desayunar en nuestra estancia en el Taj Palace. Comimos un plato de pasta a la carta (farfale con salsa de crema y champiñones) y fueron tan amables de obsequiarnos con aperitivos, pan con salsa de ajo y postres. No era barato pero por cantidad y calidad vale la pena.

Estuvimos sentados en el hall del hotel hasta la hora en que nos vinieron a recoger para llevarnos al aeropuerto. Y tuve un desencuentro con el enlace porque nos hizo rellenar de nuevo la encuesta de calidad que a habíamos entregado. No hubo forma de razonar con él y que entendiera que si lo hacíamos dos veces las estadísticas salen mal. En fin… Lo hice como pude. Después de estar unas horas esperando en el aeropuerto al fin pudimos coger el avión. De madrugada y después de haber estado en pie muchas horas. Poco después de haber despegado, allá a las 3.30 de la madrugada, abrí un ojo, que había cerrado para que no me dolieran tanto, y vi que nos traían la cena. Como digo. Unos hojaldres con un relleno muy picante a esas horas de la madrugada. Menos mal que nos trajeron a la hora correspondiente un buen desayuno, que se completó con un bocadillo en el avión de Frankfurt a Barcelona.

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