domingo, 10 de octubre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Decimocuarto día

Abandonamos Jaipur para dirigirnos a Agra, una de las ciudades más conocidas de la India. No obstante antes de llegar hicimos una parada para visitar Fatehpur Sikri, una de las grandes sorpresas del viaje porque nunca había escuchado hablar de ella.

Al complejo no se puede entrar con autobús por lo que lo dejamos en el aparcamiento y cogimos unos coches especiales. En el camino los vendedores no nos dejan en paz y no tardamos en darnos cuenta de que no se van ni dentro de los monumentos. Resultan pesadísimos y si a eso le unimos que hace un calor espantoso todo en su conjunto puede resultar agobiante.

Fatehpur Sikri fue mandada construir por el emperador Akbar entre 1571 y 1585 en honor de Salim Chishti, famoso santo sufí. Fue la capital mogol sólo durante 14 años y se abandonó por falta de agua. Todos los edificios están construidos con piedra arenisca, por eso su color rojo. Casi todos son bellos palacios, algunos de ellos donde vivían la esposa turca y la cristiana del emperador. También se conservan los pabellones de las audiencias públicas y privadas y el Panch Mahal, un enorme edificio de cinco alturas que domina el patio Pachisi donde se dice que el emperador jugaba al parchís usando a mujeres a modo de fichas. También vimos un estanque, Anoop Talao, con una plataforma central donde se colocaba Tansen, un legendario músico y una de las llamadas nueve joyas de la corte de Akbar.

Además de la parte civil, en Fatehpur Sikri encontramos la parte religiosa. La Jami Masjid es una mezquita majestuosa a la que nos siguen los pesadísimos vendedores. Para entrar, y como siempre, tenemos que descalzarnos y cubrirnos las cabezas.

La mezquita es imponente, elaborada con la misma piedra de arenisca, e igualmente lo es la entrada, de 54 metros de altura. Pero lo que más llama la atención del conjunto es la tumba del santo, construida en mármol blanco. Os recomiendo que llevéis unos calcetines. El suelo del patio quema muchísimo. Y en la medida de lo posible caminad por encima de las alfombrillas que han puesto.

En 1568 ese santo sufí predijo que Akbar, preocupado por su falta de descendencia, tendría un hijo de su esposa musulmana (recordemos que tenía otras dos, la turca y la cristiana). Desde ese momento el lugar se convirtió en un importantísimo centro de peregrinación de gente que busca un milagro, sobre todo de mujeres que quieren ser madres. Para pedir un deseo se tiene que atar un hilito rojo en la celosía que rodea la tumba.

Después de la visita a la ciudad abandonada nos dirigimos al hotel, un auténtico caos. En toda mi vida no he visto nunca un hotel más complicado. Resultaba difícil dar con las habitaciones, llegar a la recepción temporal (estaba en obras) o, simplemente, salir a la calle. No está bien preparado para las personas que tienen problemas de movilidad porque carece de ascensor a pesar de ser un cuatro estrellas. No se preocupan mucho porque los chicos del hotel te llevan las maletas pero no van a llevar a la gente en brazos.

A la hora de comer también tuvimos un desencuentro. Algunos de los miembros del grupo quisieron comer a la carta y otros nos decantamos por el buffet. Sin embargo el encargado nos impidió estar en el restaurante más próximo porque decía que las mesas estaban ocupadas (cosa que no era cierta). Eso nos obligó a ir dándonos paseos arriba y abajo con los platos.
Después de comer el guía local nos estaba esperando con unas bolsas en las que había una botella de agua, obsequio del Taj Mahal.

Agra fue la sede de la corte mogol durante los siglos XVI y XVII, antes de que la corte se trasladara a Delhi. La ciudad se encuentra a orillas del río Yamuna y se hizo grande bajo el reinado de sultanes como Akbar o Shah Jahan, que no dudaron en embellecerla y hacer de ella una ciudad digna de ser hoy en día Patrimonio de la Humanidad.

Situado en una de las orillas del río, se alza el majestuoso Fuerte Rojo, una impresionante fortaleza mandada construir por el emperador Akbar en el siglo XVI. Debe su nombre al estar construido con piedra arenisca roja, la misma que se usó para hacer la ciudad de Fatehpur Sikri. Encierra bellos palacios y una torre octogonal, la Musamman Burj, donde Shah Jahan pasó los últimos años de su vida. Pero será mejor que expliquemos la historia desde el principio.

Érase una vez, en la vieja India, un príncipe llamado Kurram. Era atractivo, inteligente y versado en muchas disciplinas. Un día, paseando por el bazar, vio por casualidad unos ojos que le cautivaron. Eran los de la princesa Arjumand, nieta del Primer Ministro de la Corte y sobrina de Nur Jahan, esposa del emperador Jahangir. El príncipe inmediatamente se enamoró de ella y le compró el collar de diamantes por el que la joven se interesaba. Cinco años después ambos, completamente enamorados el uno del otro, se casaron. Con el tiempo Kurram llegaría a ser emperador con el nombre de Shah Jahan (que significa emperador del mundo) y su esposa se llamaría Mumtaz Mahal (la elegida de palacio o la perla del palacio). Ella era muy querida por su pueblo por ser amable y generosa. Pero quiso la mala fortuna que la emperatriz muriera al dar a luz a su decimocuarto hijo. Shah Jahan quedó destrozado y decidió que abandonaría su vida de lujos y levantaría una de las más bellas tumbas en honor de su esposa, el Taj Mahal. Se dice que habría sido ella quien, en su lecho de muerte, le habría pedido que le construyera una tumba como jamás se hubiera visto otra. Veinte años duraron las obras. Una vez terminado quiso hacer otro mausoleo igual para él al otro lado del río Yamuna, pero esta vez en mármol negro. Pero no lo consiguió. Su ambicioso hijo Aurangzeb mató a sus hermanos y encerró a su padre y a sus hermanas en el Fuerte rojo, haciéndose con el poder. Allí murió Shah Jahan a los 74 años, viendo desde su lecho de muerte la tumba de su amada esposa.

No se sabe quién fue el arquitecto del Taj Mahal. Se dice que se llamaba Ustad Isa aunque no hay datos históricos de ese personaje. Para hacerlo se usaron mármol de las canteras de Jodhpur, jade y cristal de China, turquesas del Tibet, ágatas del Yemen, zafiros, diamantes, ámbar, amatistas, malaquita o coral. Costó casi 41 millones de rupias y 500 kilos de oro y en él trabajaron 20.000 obreros.

Una vez atraviesas una enorme puerta y entras en el recinto te quedas admirado por la belleza del monumento de mármol blanco, que parece como de un cuento de Las Mil y una noches. A pesar que desde el Fuerte rojo se ve y que lo hemos visto una y otra vez en libros o en TV, nada es igual a estar allí.

Frente a nosotros se abre un enorme jardín formado por cuatro cuadrados iguales y atravesados por un largo canal rodeado de árboles. Todo allí parece simétrico y de hecho lo es. En el medio se abre un imponente estanque, llamado del Loto, que debe su nombre a los caños con forma de loto de sus fuentes. En él se da la imagen más hermosa del Taj Mahal, con la silueta del edificio reflejándose en el agua. Conseguimos que un turista, un inglés muy amable, nos hiciera una foto allí.

La simetría continúa al ver sendos edificios a los lados del principal. A la izquierda si miramos el edificio de frente vemos la mezquita y a la derecha la casa de huéspedes. La mezquita tiene tres cúpulas y está construida en arenisca roja y mármol blanco; desde ella se pueden hacer curiosas fotos de la tumba. Al otro lado, la casa de huéspedes se llama también el eco de la mezquita y fue construido para guardar la simetría. Y es que lo único que no es perfecto en el conjunto es la presencia de la tumba (falsa porque la verdadera está abajo y no puede verse) del emperador. Ya he dicho que la idea de Shah Jahan era mandarse hacer su propio mausoleo. Algunos estudios recientes desmienten esa hipótesis. Se sabe que el hijo del emperador, a pesar de su crueldad, era muy piadoso y seguiría al pie de la letra la regla musulmana de enterrar sin ostentación. Por eso, aprovechado la existencia del Taj Mahal, decidiría enterrar allí a su padre, evitando así costes innecesarios al gobierno.

Para subir a la zona de la tumba es necesario quitarse los zapatos (que en esta ocasión sí guardan bien) o protegerlos con unos calcetines de plástico que el guía nos da a la entrada. Todo allí es blanco e inmaculado, supongo que por ser una de las maravillas del mundo y estar megaprotegido.

En el interior del edificio hay una sala octogonal central con cuatro salas octogonales más pequeñas a los lados. Apenas si puedes distinguir bien las tumbas por estar sumidas en la penumbra. Y está completamente prohibido hacer fotos. Como dije la tumba del emperador rompe la simetría, al estar situada a un lado. La tumba central es la de Mumtaz Mahal.

Todas las paredes del interior del Taj Mahal están decoradas con incrustaciones. Esa técnica florentina se llama pietra dura. Para darnos la imagen del jardín del paraíso se hacen complicados relieves florales con incrustaciones de piedras preciosas sobre el mármol blanco. Se representan flores como la azucena, el tulipán o el narciso en ramilletes y con piedras de distintos colores. Parece ser que esa técnica fue importada por el emperador Jahangir y puede verse también en el Fuerte Rojo. Lo más llamativo es la enorme cúpula de 35 metros, de forma de cebolla y terminada con un anillo de flores de loto y una aguja dorada, y los cuatro minaretes de 40 metros de alto. Como curiosidad los minaretes se construyeron con una leve inclinación que hace que, en caso de que se cayeran, no lo hicieran sobre el mausoleo. Están coronados por un templete octogonal que también termina con el diseño de la flor de loto y la aguja. El conjunto se decora, además, con pasajes del Corán. Las letras, con la bella caligrafía mogol, están hechas en oro y se incrustan sobre el mármol.

Diversas leyendas se asocian al mausoleo, como aquélla que dice que después de terminarlo Shah Jahan mandaría cegar y cortar las manos de los obreros para que nunca volvieran a hacer una obra semejante. La verdad es que tampoco hay nada que apoye esta teoría aunque se ha dicho de muchos grandes monumentos de la antigüedad.

Extramuros existen otros mausoleos más pequeños que nadie (o casi nadie) visita y que contienen los restos de las otras esposas de Shah Jahan y del sirviente favorito de Mumtaz Mahal.

Un trabajador del recinto nos fue indicando dónde nos podríamos hacer las mejores fotos o nos las hacía él mismo a cambio de una propina. La verdad es que el resultado es espectacular pero tuvimos que decirle que ya estaba porque no hubiéramos tenido tiempo de nada más que de seguirle cámara en mano.

Como curiosidad decir que, cuando ya salíamos, vimos volando por encima del recinto unos murciélagos del tamaño de un conejo. De haber estado en Rumanía creo que nos habríamos muerto de miedo.

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Decimotercer día

Salimos por la mañana para visitar el famoso fuerte Amber con un guía local. Por el camino paramos un momento para hacer una foto al Palacio de los vientos. El tío de una tienda de enfrente del palacio me recordaba de la tarde anterior aunque dijo que le gustaba más mi ropa del otro día. Es que llevaba como dije un vestidito liviano y al día siguiente unos vaqueros que dejaban ver menos carne.

Por cierto, en la misma acera donde estábamos unos tíos estaban tocando la flauta para que las cobras salieran del cesto. A mí ya no me sorprenden porque vi una (y muy de cerca) en Túnez y alguna que otra en Marrakech, en la Plaza Jemaa el Fna. Después de la parada de rigor seguimos hasta nuestro destino.

El palacio fortificado de Amber, uno de los más bonitos de la India, fue ciudadela de los reyes hasta el siglo XVIII, cuando la capital se trasladó a Jaipur. Fue fundado en el siglo XVI sobre los restos de un viejo fuerte del siglo XI pero los principales edificios que vemos hoy en día los mandó construir Jai Singh I, que reinó de 1621 a 1667. La fortaleza es verdaderamente colosal y se alza sobre una colina. Para subir es necesario coger un elefante.

Antiguamente subían cuatro personas en la cestita que el animal lleva en su lomo. En el año 2005 una mujer murió en un grave accidente, cuando el elefante que la llevaba se asustó a causa del estrés de subir y bajar tantas veces, el montón de animales y personas que circulan y los gritos de los vendedores. Desde el entonces sólo pueden subir dos personas por animal y está regulado el número de veces que cada animal puede subir.

Sentarse en el elefante no es muy complicado porque subes a un sitio elevado por unas escaleras y desde allí es como si te sentaras en una silla. Para seguridad colocan una barra de hierro que cierra la cesta. El balanceo del animal hace que se mueva mucho y que a veces te dé la sensación que vas a caer abajo, al precipicio o dentro del lago. Curiosamente, a pesar de lo alto que está y de lo imponentes que son esos animales, no me dio ningún miedo (y eso que tengo vértigo). Me sentía muy segura, tanto que iba tranquilamente haciendo fotos. Por cierto, hablando de fotos, sonreíd siempre porque de vez en cuando aparecen por el camino fotógrafos profesionales que te hacen fotos para vendértelas cuando bajes. Vale la pena teniendo en cuenta que es muy complicado poderte hacer una foto a ti mismo desde arriba. Si sabes regatear puedes conseguir muy buen precio por ellas. Y sirven hasta como regalo para la familia.

De todos modos si alguien considera que subir en elefante no es lo suyo siempre puede contratar un jeep, mucho más caro pero evidentemente más seguro. Como acaban llevándote al mismo sitio…

Una vez arriba, y a cambio de una propina, puedes hacerte una foto junto al elefante, incluso tocándole las orejas. Es una experiencia única.

Una vez dentro del recinto llaman la atención en primer lugar el Diwan-i-Aam, patio destinado a audiencias públicas, donde se encuentra el Sattais Katcheri, un conjunto de 27 columnas donde se sentaban los escribas. En el mismo patio se abre la majestuosa (y muy fotografiada) puerta de Ganesh, que sirve de entrada a los tres palacios privados erigidos entorno a un jardincito. En la parte superior vemos las celosías desde donde las mujeres podían ver sin ser vistas. En el interior es importante destacar el Sheesh Mahal, con sus múltiples espejos incrustados en las paredes, o el bellísimo Jas Mandir, salón de audiencias privadas, también con incrustaciones de cristal y un elegante techo de alabastro.

Hicimos la bajada andando y contemplando a medida que bajábamos el Kesar Kyari Bagh, el bonito jardín que hay en medio del lago. Debe su nombre a que antiguamente se plantaba azafrán (kesar). Lo mejor es ignorar a los vendedores. El guía local nos da una advertencia. Suelen enseñarte cosas y te dicen que sólo vale 20 rupias. Cuando aceptas porque es baratísimo suben el precio a 20 euros. Sin embargo con grandes dosis de paciencia se pueden conseguir gangas, como bonitas estatuíllas de Ganesh talladas en madera por 100 rupias (menos de 2 euros). Ah, y no olvidemos las fotos pero eso sí, tienes que regatear mucho por ellas.

Ya de vuelta en Jaipur vimos sin bajar del bus el Jal Mahal, Palacio del agua, que flota dentro del agua del lago Man Sagar durante la época del monzón. Fue mandado edificar en el siglo XVIII tomando como modelo en Lake Palace de Udaipur. Después visitamos una fábrica de alfombras, un tópico que no puede faltar en ninguno de estos viajes. Evidentemente lo único que hice allí fue mirar y hacer muchas fotos. No voy a venir a Barcelona con una alfombra; además, les tengo mucha manía.

Y por fin llegamos a uno de los principales puntos turísticos de la ciudad de Jaipur, el observatorio o Jantar Mantar. Fue mandado construir por el famoso Jai Singh II junto a otros como el de Delhi aunque éste es el más famoso y mejor conservado. Jai Singh estaba al tanto de los progresos de la astronomía, tema que le apasionaba, y mandó construir entre 1728 y 1734 un observatorio de gigantescos instrumentos que todavía hoy funcionan. El tamaño de los mismos es increíble. Podemos ver relojes de sol, instrumentos que sirven para determinar la posición de las estrellas, la altitud del sol, mapas del firmamento o que sirven para hacer horóscopos muy precisos. Jai Singh pensaba que cuanto más grandes eran sus instrumentos mayor era su precisión. Sentí que el guía local no nos explicara más en profundidad para qué servía cada uno de los artilugios, sobre todo teniendo en cuenta que al final nos enteramos que era un experto en la materia que incluso había escrito un libro.

Y al fin nos dirigimos al City Palace para hacer una visita que creo que fue demasiado precipitada. Con la obsesión de dejarnos tardes libres (en este caso inútil porque la gente no sabía bien qué hacer ya que habíamos tenido la tarde anterior para visitar la ciudad a nuestro aire) agolparon todo en una mañana. Se trata de la residencia de los gobernantes de Jaipur desde la primera mitad del siglo XVIII y actualmente está parcialmente abierto al público. Destacan, además de algunos museos, salas palaciegas elegantes como las de otros palacios que ya hemos visto y dos gigantescas urnas de plata, incluidas en el libro Guinness como los objetos de plata más grandes del mundo. En su tiempo se utilizaron para transportar agua sagrada del Ganges en la visita que Madho Singh II hizo a Londres en 1901.

Por la tarde, después de comer y dar una vuelta por la parte más moderna de la ciudad donde abundan las joyerías, cogimos un rickshaw y subimos a ver el Monkey Temple. Se trata de un conjunto de templos enclavados en una colina sobre la que se ve toda la ciudad de Jaipur. Más que el templo principal lo que más llama la atención es la cantidad de monos de cara roja que rondan por allí. Sin embargo, a pesar de lo que pueda parecer, no hacen nada, ni te miran si tú no les miras. Vimos muchos machos dominantes, uno de los cuáles nos pasó rozando la espalda cuando nos sentamos un momento, y madres con pequeños juguetones de caras feísimas.

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Duodécimo día

Las horas para levantarnos, desayunar y marcharnos eran las mismas que otros días así que eso no es nada novedoso y digno de destacar. Lo que sí que se debe decir es que se nos fue un rato la luz (una constante en ese país y que afectó a algunos compañeros de grupo cuando se estaban duchando).

A la hora del desayuno, mucho más pobre que otros que hemos tenido, nos enteramos que no funcionaba ninguna de las teles del hotel. Menos mal que cuando estoy de viaje no tengo mucha necesidad de verla. Éste ha sido, con mucho, el peor hotel del viaje pero era de esperar porque era el de menos categoría. Igualmente para dormir una noche ya me va bien.

Pushkar es muy conocida en la India por ser el lugar donde en octubre o noviembre se celebra la feria anual del ganado. Miles de visitantes acuden para ver o participar en este evento donde principalmente se venden camellos. Se dice que actualmente es la feria de ganado más importante de Asia. Se ha dispuesto un anfiteatro en las afueras (que vimos desde el bus) a tal efecto, donde también se organizan carreras de camellos, caballos y burros. Pero Pushkar también es famosa en el país por ser el único lugar donde podemos encontrar un templo dedicado a Brahma. Por ese motivo es una de las ciudades más sagradas de la India. Se dice que Brahma dijo que construiría un templo dedicado a su persona en el lugar donde cayera una pluma. Y ese lugar fue Pushkar.

Para visitar el templo de Brahma, muy concurrido, es necesario descalzarse, como en todos los otros templos. En este caso encontramos primero unas escaleras de mármol que ya no pueden pisarse con zapatos. Como había llovido estaban completamente llenas de agua, barro y porquería. Lo mismo se puede decir del interior. Y es que no es un templo cubierto. Imaginad lo que es caminar por allí pisando agua embarrada, restos de flores que llevan como ofrendas y algunas otras cosas que mejor no pensar lo que son. Resulta bastante asqueroso. Como ya estaba un poco harta de resbalarme al entrar descalza en los templos se lo comenté al guía local (por cierto, apenas si sabía hablar español y casi todas las explicaciones las daba en inglés). Me contestó que el dios quiere que entres en su templo sin zapatos. ¿El dios quiere que te rompas una pierna?. ¡Qué gracioso!.

El templo de Brahma no es tan bonito como otros que hemos visto. Sus llamativos colores lo hacen un poco hortera (columnas azules, torre naranja). Pero desde la terraza se veía uno pintado con tonos pastel que aún era mucho peor. A nosotros, acostumbrados en las iglesias a la piedra tal y como es, nos resultan algo extraños esos colorines en un templo. Olvidamos que nuestras iglesias románicas en origen estaban también completamente pintadas, de un modo que quizás hoy nos haría daño a los ojos. Supongo que es cosa de acostumbrarse. Ah, lo olvidé. En el templo de Brahma está completamente prohibido hacer fotos. Algunos te prohíben hacerlas incluso desde la calle (algo a lo que me negué). Puedo respetar no hacer la foto dentro del recinto sagrado; desde la calle hacerle la foto a una escalera me parece algo natural.

Pero en Pushkar nos dimos cuenta muy pronto que es normal que te prohíban fotografiar. Otro de los puntos importantes, y por qué no, sagrados de la ciudad es el lago. Bañarse en él se considera fundamental entre los hindús. Para dar una idea de lo que es sería algo así como bañarse en una taza de Colacao. El agua tiene el color del chocolate y debe haber una de porquería espectacular allí dentro. Pero eso no parecía importarle a la gente que estaba dentro, una abuela, por ejemplo, que iba nadando junto a los ghats. O a una chica, que se lavaba el pelo con esa agua. Dudo que le quedara demasiado limpio.

Lo más normal sería bajar a los ghats pero estaban tan o más sucios que las escaleras del templo por lo que todos desistimos. También tuvimos algunos problemas a la hora de hacer las fotos porque un tipo, vete a saber quién era, empezó a gritar que no se podía. ¿Prohibido hacer fotos en unas escaleras que bajan a un lago sucio?. Ni que decir tiene que nadie hizo ni caso. Por cierto, en cierto punto del lago tiraron parte de las cenizas de Gandhi cuando murió.
En la ciudad hay otros templos hasta llegar a los 400 (muchísimos para una ciudad tan pequeña). Los más famosos son los consagrados a Savitri y Gayatri. Se dice que Brahma fue maldecido por su primera esposa, Savitri, cuando él invitó a Gayatri, una aldeana que luego sería su segunda esposa, a acompañarle en un ritual.

Después de la visita al templo y al lago tuvimos 45 minutos de tiempo libre para dar un paseo por la ciudad, tan comercial como las otras que hemos visitado e igualmente tan llena de vacas. Intenté comprar unas pulseras de colores muy llamativas que se ven mucho en la India y que sus mujeres compran muchísimo pero son de un plástico malísimo y se rompen casi con sólo tocarlas. Durante el paseo se nos enganchó un indio que era pesadísimo.

Después de la breve pero suficiente visita cogimos nuevamente el autobús para ir a la ciudad de Ajmer, la que se dice que es la más musulmana de las ciudades indias. Fue fundada en el siglo X, en el XII cayó bajo el poder del sultanato de Delhi y posteriormente fue conquistada por Akbar (siglo XVI). Ya durante el dominio británico fue su más importante enclave en el Rajasthan.

Ajmer es famosa por albergar la tumba de Khwaja Ruin al-Din Chishti, uno de los santos sufís más importantes. Es por eso que se ha convertido en centro de peregrinación de primer orden dentro del mundo musulmán. El santo murió en esta ciudad en el siglo XIII y en el lugar de su tumba se construyó un edificio, que fue completado por Humayun siglos más tarde. Para llegar al centro de la ciudad y al santuario dejamos en autobús en el hotel más caro de la ciudad y cogimos unos tuc tucs. Ni que decir tiene que nuevamente tuvimos que descalzarnos y dejar los zapatos en un rincón. Luego subimos las escaleras, con brazos, hombros y cabezas tapados si eres mujer, y nos adentramos en el complejo de mezquitas y tumba. Al llegar a ésta, en la puerta, atestada de fieles, un tipo sentado nos bendecía con una escoba. Luego, una vez dentro, otro me puso encima de la cabeza un pedazo de tela verde que cubría la tumba y así me bendijo. Continué dando la vuelta a la tumba, como pude, y otro de los hombres que estaba allí alargó la mano, me volvió a poner un trapo en la cabeza y me pidió dinero por una bendición que yo no le había pedido. Evidentemente no le di nada. Por dos motivos. Uno es que la había hecho sin mi consentimiento y dos, que apenas si llevaba un vestido sin mangas y muy liviano. Nos habían hecho dejar todo lo demás en el autocar. Sólo al ver que no llevaba nada me dejó en paz. No así los fieles que venían detrás que, aprovechando el tumulto, me iban tocando el trasero mientras fingían mirar la tumba. Tan exagerado era que tuve que decirle a un compañero del grupo que se pusiera detrás. Por lo menos sabía que él no iba a meterme mano.

En el recinto está terminantemente prohibido hacer fotos excepto si eres musulmán y llevas un móvil con cámara. Entonces puedes hacer lo que hicieron unos chicos. Mientras nos explicaban el recinto unos tíos rondaban por allí haciéndome fotos con sus móviles. ¿Tan exótica les debo parecer?. Al salir fuimos a rescatar nuestros zapatos de una montaña. Ojo con los monederos. Aprovechando el tumulto y que te estás calzando mucha gente, sobre todo niños, intentan robarte. Menos mal que los policías vigilan, armados de gruesos palos.

Después de la visita cogimos de nuevo los tuc tucs para volver a coger el autobús. Durante el trayecto los otros conductores no me quitaban la vista de encima. Me tocó ir sentada detrás, mirando hacia fuera y con un vestido que me llegaba por encima de las rodillas pero que se hace más corto cuando te sientas y mucho más si cruzas las piernas. Si encima hace un poco de viento y se levanta imaginad sus caras. Los ojos se les salen de las órbitas. Como si en su vida hubieran visto una mujer.

Llegamos sobre las tres de la tarde al siguiente punto, Jaipur. La ciudad fue mandada construir por Jai Singh II y recibe el nombre de la ciudad rosa por el color de todos sus edificios en la parte antigua.

Fuimos directamente a comer al restaurante del hotel, en el que recomiendo la pasta (ya sean pennes o espaguetis Alfredo, con queso y mantequilla). Además nos dieron pan de muchas clases con mantequilla y un delicioso helado de chocolate y vainilla.

Ya por la tarde cogimos un rickshaw que por 50 rupias nos llevó hasta el edificio más importante y conocido de la ciudad, el Palacio de los vientos. Primero paramos en la fachada trasera, de color amarillo, para acabar después en la más famosa, la de color rosado. El palacio fue mandado construir en el siglo XVIII y apenas si es una fachada ya que no tiene más que una habitación de ancho. Pero resulta imponente con sus cinco alturas y sus hermosas celosías desde donde las mujeres podían observar sin ser vistas. A pesar de que es posible entrar, lo más bello está en el exterior.

Jaipur es una ciudad bulliciosa, una de las más caóticas que hemos visto, aunque facilita el paseo al tener unas aceras porticadas en las que se abren tiendas de lo más variopintas. Eso nos permitió poder recorrerla un poco más fácilmente, eso sí, acompañados todo el tiempo de indios que no paran de preguntarte cosas o de hablarte aunque no tengas ganas de hablar con ellos. Te preguntan de dónde eres y mil cosas más y si les dices que te dejen te responden que si eres racista y no quieres dirigirle la palabra a un indio. Vamos, para darles de palos. Como yo les dije es como si nosotros fuéramos en Barcelona todo el día dando conversación a los turistas que van por Paseo de Gracia o la Plaça Catalunya aunque no nos la pidan.

Vimos la puerta Tripolia, del siglo XVIII y antigua entrada al palacio, la calle donde se agolpan los puestos de cerámica, los vendedores de flores como ofrenda al templo (y un toro dando buena cuenta de ellas para cenar), la Jami Masjid, una mezquita de tres plantas y elevados alminares o la Ishwar Lat, una alta torre del siglo XVIII. Llegamos hasta las mismísimas puertas del City Palace, donde unos niños que dormían en la calle se acercaron a pedirnos algo y se ganaron una reprimenda de su padre. Sobre todo una de las calles estaba llenísima de gente. Vendían una especie de pulseras de colores de muchos tipos que constituyen el regalo de las hermanas a los hermanos en una importante fiesta que ya explicaré.

A una hora prudencial (pero mucho más tarde que el resto del grupo) regresamos al hotel con un tuc tuc. Y curiosamente al llegar el conductor decía que no tenía cambio. Parece una práctica habitual en ese país. Casi nunca llevan cambio y supongo que lo hacen para que les des más dinero del convenido. Con lo que costaba conseguir que te llevaran al hotel por 50 rupias (menos mal que soy buena para presionar y que me dejen las cosas al precio que creo que es justo y ojo que lo llamo presión no regateo). Al final no le quedó más remedio que ir a buscar cambio no sé a dónde, supongo que a alguna tienda cercana.

sábado, 9 de octubre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Undécimo día

Salimos temprano de Udaipur con el mismo guía local que nos había acompañado últimamente. Tardamos unas dos horas y media en llegar a Chittor. Dejamos el bus delante del restaurante y cogimos unos jeeps para subir al monumento más importante de la ciudad, el fuerte. Nuestro coche llevaba una curiosa y enorme bocina de color verde llamativo que el conductor no dudaba en tocar de vez en cuando, por si acaso en la ciudad no se habían dado cuenta de que habían llegado extranjeros.

El fuerte de Chittorgarh es una enorme mole, el fuerte más grande de Rajasthan. Se eleva sobre una colina y está completamente en ruinas. Es tan enorme que se hace necesario ir en coche para poderlo visitar. Es famoso en la India por las leyendas que se cuentan sobre sus ocupantes y por los asedios que ha tenido que afrontar.

Chittor fue la capital del reino de Mewar entre los siglos XII y XIII y por su enclave estratégico lo codiciaron muchos invasores. El primer asedio tuvo lugar en 1030, cuando el sultán Alauddin Khilji lo atacó. En aquella época gobernaba la ciudad un rey justo y bueno llamado Ratansen. En la corte había un músico y hechicero llamado Raghav Chetan que quiso deshacerse de sus enemigos despertando a espíritus malignos. El rey se enteró y le desterró. Entonces el hombre, como venganza, quiso convencer al sultán de Delhi, Alauddin Khilji, para que atacara Chittor. Y no se le ocurrió nada mejor que hacerse apresar y cuando estuvo ante él hablarle de la belleza de la rani. Deseoso de conseguir a tan hermosa mujer, el sultán partió rápidamente a Chittor y le pidió al rey que le mostrara a su esposa. Padmini se negó, como es lógico, pero el sultán siguió insistiendo y al final la rani accedió a mostrarse a través de un espejo. Al verla el sultán tuvo muy claro que la mujer debía ser para él. Con ese objetivo regresó a su campamento, haciéndose acompañar del rey Ratansen, al que secuestró. El rescate del rey no iba a ser otro que la propia Padmini .
A la mañana siguiente cientos de palanquines llegaron al campamento de Alauddin Khilji. El sultán estaba feliz pues suponía que llevaban a la reina y a sus damas. Pero cuál fue su sorpresa al ver que no se trataba de Padmini sino de fuertes soldados de Chittor dispuestos a liberar a su rey.
Libre ya Ratansen, Chittor distaba mucho de quedar a salvo. El sultán, enfurecido, dio orden de asediar el fuerte. Transcurrió un tiempo, después del cual las reservas de Chittor se acabaron. No quedaba más remedio que luchar frente a frente. Y entonces Padmini tuvo una idea que ha entrado para siempre en la leyenda de la ciudad. Sabiendo que iba a tener lugar una lucha desigual porque los ejércitos del sultán eran muy numerosos y no queriendo ni que las mujeres quedara deshonradas después de la victoria de Alauddin ni que los hombres lucharan preocupándose continuamente por sus esposas, madres, hijas o hermanas, ordenó que todas, con ella a la cabeza, se lanzaran a las llamas en un suicidio colectivo. Así, cuando el ejército de Alauddin entró en la ciudad, no encontró más que las cenizas y huesos de las mujeres que salvaron su honor y el de sus hombres. Todavía hoy se distingue el lugar donde se supone que estuvo el palacio de Padmini así como aquel punto en medio del lago donde Alauddin vio la imagen de la rani reflejada en el espejo.

Ya en el siglo XVI miles de mujeres volvieron a suicidarse para evitar caer en manos del sultán Bahadur Shah de Gujarat. En aquel entonces la reina Jawaharbai murió junto a los soldados rajput enfrentándose al sultán para liberar a la ciudad del asedio.

Una tercera vez fue asaltado el fuerte, concretamente en 1567 por el famoso sultán Akbar. El fuerte se abandonó y la capital se llevó a Udaipur.

El palacio rajput más antiguo que se conserva es el Rana Kumbha’s Palace, del siglo XV. Hoy en día está en ruinas. Cerca está el símbolo del fuerte, la torre de la Victoria, una mole de arenisca de nueve alturas (36 metros) construida en el siglo XV para conmemorar la victoria sobre el sultán Mahmud de Malwa. Llaman la atención las esculturas que cubren todo el monumento, con imágenes de dioses y diosas de la mitología hindú.

En el complejo también podemos ver diversos templos y algunas ruinas de palacios y otra torre, Kirti Stambh (Torre de la Fama), del siglo XII y de 22 metros de altura, dedicada a Adinath, el primero de los tirthankaras jainistas. La vista desde arriba del fuerte es espectacular.

Una vez abajo fuimos a comer. En el restaurante había la que probablemente sea la pasta más mala que he probado en mi vida, con una salsa de tomate dulzona casi incomible. Menos mal que había otras cosas (arroz con guisantes, pollo a l’ast,…) que lo arreglaban.

Después de comer salimos hacia Pushkar. Allí nos alojamos en un resort que parece que está donde Cristo perdió la zapatilla. Para llegar tuvimos que meternos por la montaña, por unos caminos por los que parecía que el autobús no iba a poder pasar.

Cuando llegamos el complejo nos da bastante buena impresión. Una piscina muy bonita, césped muy verde y unas habitaciones consistentes en pequeñas casitas individuales. El problema vino cuando, al ir a poner la TV, no funcionaba. A día de hoy sigo esperando que venga el chico de mantenimiento que prometieron desde la recepción.

Como era oscuro, estábamos apartados de todo, ya no podíamos bañarnos en la piscina y no iba la TV, decidimos pedir algo en el servicio de habitaciones. Unos deliciosos sándwiches calientes con queso y pollo y un plato de riquísimas patatas fritas me llevaron a las puertas del cielo en un instante.

Por cierto, ya hace días que vengo sufriendo de una erupción/irritación en las ingles que iba más o menos pasando con crema hidratante. Ver en el hotel polvos de talco me hizo muy feliz. Después de un par de aplicaciones no volvió a dolerme.

lunes, 4 de octubre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Décimo día

La primera visita del día, acompañados ya del guía local, fue a un museo de artesanía algo pobre pero que ganaba mucho con sus comentarios. Contiene las típicas marionetas, algunos trajes, máscaras, figurillas, fotos e instrumentos musicales. Luego nos fuimos a ver el Jardín de las Doncellas de Honor (Saheliyon ki Bari), un bonito jardín del siglo XVII. Está lleno de fuentes, algunas que un señor oculto pone en marcha para regocijo de los visitantes, flores y vegetación. Fue allí mismo, en un rincón apartado, donde el guía local nos enseñó a hacer yoga, lo que provocó el regocijo de mis compañeros de grupo y mis risas al imaginar la cara de la gente que visitaba el jardín al vernos a treinta personas con los ojos cerrados diciendo “ommmm” (a aquellas horas casi los únicos visitantes, además de nosotros, eran unos pequeños con sus profesoras).

Después del jardín fuimos a uno de los edificios más importantes de la ciudad, el City Palace. Se trata, como ya dije, de uno de los complejos palaciegos más grandes que he visto y el que está considerado como el mayor de la India. Consta de varios palacios, erigidos por 22 reyes diferentes entre los siglos XVI y XX. Es por eso que cada palacio presenta un estilo distinto, propio del maharaná que lo mandó construir, pero no por ello deja de ser un conjunto uniforme. Algunos de esos palacios se dedican todavía hoy a residencia de la familia real mientras que otros se han convertido en hotel de lujo. Destaca también una galería de muebles de cristal que nosotros no visitamos por falta de tiempo. De todos modos el guía local dice que sólo la recomienda, debido su elevado precio, a alguien muy interesado en el cristal.

Como viene siendo habitual en estos viajes, después de la visita el guía nos llevó a ver una cooperativa de pintores de miniaturas, un trabajo muy famoso en la ciudad. Acabamos comprando un cuadrito con un elefante después de regatear mucho más de lo que hubiera querido (es que detesto el regateo).

Comimos en el hotel, en el mismo buffet que el día anterior, y luego volvimos al centro por libre. El primer edificio que visitamos fue la Bagore ki Haveli, hermosa casa de un primer ministro del siglo XVII donde se expone artesanía tradicional de Udaipur, instrumentos musicales, algunos muebles de la antigua mansión así como marionetas. Allí aprendí un poco cómo hacerlas bailar y creo que con un poco de práctica me convertiría en una experta. Entrar resulta muy barato pues cuesta sólo 30 rupias por persona más otras 30 para uso de la cámara. La casa está muy cerca de la orilla del lago Pichola, en la misma orilla del City Palace. La misma orilla del lago es curiosa porque no faltará gente lavando ropa, un hombre desnudo (como en mi caso), dándose un baño, o varios chicos lanzándose al agua.

Recomiendo también entrar en el Jagdish Mandir, bello templo del siglo XVII cercano al City Palace. En mi visita las mujeres estaban celebrando una especie de ritual, cantando canciones acompañadas únicamente de un hombre.

Luego cogimos un rickshaw y pactamos el precio y la espera hasta Shilpgram, a unos cinco kilómetros de Udaipur. Se trata de una especie de aldea-museo creada en tiempos de Rajiv Gandhi para exponer y preservar el modo de vida tradicional. Hay varias casas típicas y alguna artesanía, con unos precios francamente elevados. Recomiendo, si alguien quiere ir, que no compre nada pues está más barato en otro lugar. Eso sí, la entrada es igual de barata que en el museo anterior. Me sorprendió ver que las casas están habitadas pero lo que no me gustó es que la gente pida por verlas cuando ya has pagado una entrada. Para colmo empezó a llover un poco. En fin, se trata de un sitio un poco desvencijado pero con una entrada económica.

Después de la visita a la aldea cogimos el mismo rickshaw para volver al Haveli para ver el espectáculo de danzas. Nos habían hablado de él y de hecho se comenta a menudo en las guías. Llegamos casi por los pelos porque empieza a las 7 de la tarde. Lo recomiendo, por la calidad y por el precio. Tiene lugar en uno de los patios de la casa, donde se acondicionan unos asientos. Lo peor es que si llueve o sacas el paraguas o te mojas. Dura una hora y se representan distintas danzas del Rajasthán (una muy curiosa de una señora poniéndose hasta diez maceteros sobre la cabeza) y un espectáculo de las sempiternas marionetas que se parecía mucho al que vi en Alsisar. Sólo añadir que es muy barato pues sólo cuesta 60 rupias por persona más 50 por uso de la cámara.

Al salir estaba lloviendo a cántaros así que aproveché para llamar a mi madre desde una tienda ISD. Vale la pena hacerlo allí en lugar de en el hotel porque pagué 1 euro y medio por varios minutos de conversación.

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Noveno día

Abandonamos Deogarth a la mismo hora de siempre (las 8 de la mañana) y tan discretamente como llegamos. Tardamos algunas horas en llegar a nuestro próximo destino, el templo de Eklingji, donde nos estaba esperando el mismo guía que el día anterior. Situado a 22 kilómetros al noroeste de Udaipur, se trata de un complejo de templos dedicados a Shiva y todavía en funcionamiento. Es por ese motivo por lo que está completamente prohibido hacer fotos (menos mal que en el exterior un señor se encarga de venderlas a buen precio).

Como en los otros templos de la India, para entrar debes descalzarte, y del mismo modo como en Ranakpur, está prohibido terminantemente llevar nada de cuero.

Una vez dentro vimos como los creyentes hacían sus ofrendas (el guía hizo una en nuestro nombre) y como unos señores, sentados en un rincón del templo principal, elaboran unas pequeñas cositas negras. Mi curiosidad me llevó a preguntar al guía qué era aquello y se apresuró a explicarme que hacían pequeños lingams, es decir, pequeños falos de Shiva, su símbolo y muy venerado. También nos llama la atención una imagen de Shiva de cuatro caras, tallada en mármol negro. Ya en el patio el guía local nos comentó también que los fieles acostumbran a coger el agua que sale por un conducto después de haber lavado las imágenes sagradas, se la pasan por la cabeza y luego la beben. No es una broma. Lo he visto hacer. Allí nadie tiene miedo a los microbios al parecer.

El templo de Nagda, a pocos minutos en autobús, está abandonado. En realidad se trata de un conjunto de templos, algunos destruidos, dedicados al dios Visnú. Están también ricamente adornados y destacan las escenas amorosas, que recuerdan un poco a las de Khajuraho, y las del Ramayana, uno de los textos más famosos de la India.

Al estar abandonados no tenemos problemas para entrar en los templos con zapatos y hacer fotos.

Llegamos al hotel de Udaipur a las 13.30 y nos fuimos directamente a comer por nuestra cuenta al restaurante del hotel, donde nos dan por unos 16 euros uno de los mejores buffets del viaje. Sobre todo merece la pena destacar un pastel de patata relleno de carne que estaba buenísimo y no picaba nada. Los postres tampoco tenían nada que desmerecer.

Por la tarde cogimos un rickshaw y fuimos al centro. Para llegar lo más fácil es decir que quieres ir al City Palace pero ojo con los timadores. No es extraño que te quieran cobrar más de la cuenta o que si no les conviene lo que quieres darles te hagan subir en el tuc tuc de otro compañero.

Una de las atracciones turísticas de la ciudad de Udaipur, quizás una de las más limpias que visitamos, es coger un barquito para dar un paseo por el lago Pichola. Debéis tener mucho cuidado también con los vendedores de los tickets pues no dudarán en intentar que cojáis un barco a la hora que ellos dispongan y que paguéis más. Mirad bien la hoja de precios, analizadla y coged el que os parezca más económico. Por mi parte cogí uno que daba una vuelta por el lago de una hora por 200 rupias. Ojo también con todo el que se os acerque contándoos algo. En mi caso nos acercó un tipo que hablaba un español casi perfecto con la excusa de echarnos una mano en la compra de los billetes del barco. Y ya que estaba nos dijo que en cuatro días se iba a Barcelona y a Bilbao porque iban a exponer un trabajo de tejido de su abuela. Aprovechando que faltaba un poco para la hora de la salida del barco nos dijo si queríamos ir a ver el trabajo de la abuela y ¿quién le dice que no?. Fuimos con él, vimos el famoso tejido y ya puestos se encargó de ofrecernos diversos productos de su tienda. A día de hoy aún me pregunto a cuánta gente le habrá dicho la excusa de la abuela para atraerles a su tienda. En fin... Acabamos huyendo de él como alma que lleva el diablo y nos fuimos a callejear un poco. En nuestro paseo nos encontramos varios toros (uno que acabó acorralándome) y hasta un elefante.

El recorrido por el lago vale mucho la pena. Se puede ver toda la estampa del City Palace, el palacio más grande del Rajasthán, el Jag Niwas (también conocido como Lake Palace, residencia real de verano, hoy hotel de lujo y donde se filmó Octopussy) y el Jag Mandir, otro bello palacio que dicen que fue unas de las inspiraciones para el Taj Mahal. El tipo del cuento de la abuela nos dijo que esa noche allí se celebraba la boda del hijo del marahajá de no sé dónde. Por supuesto, otra mentira. También desde el lago se veía el hotel Oberoi, uno de los más lujosos de la ciudad y que pertenece a la misma cadena que el que nosotros ocupábamos, y parte del nuestro, el hotel Trident.

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Octavo día

La salida del hotel fue a la misma hora de siempre, a las 8, en dirección esta vez a Ranakpur. Tardamos en llegar (con la parada técnica incluida) unas cuatro horas. Por cierto, cuando paramos para hacer pis aproveché para comprar unas barritas de incienso de coco y de rosa con vainilla para regalar y para mí una falda y un sari. Sí, me compré un vestido tradicional indio que más o menos he aprendido a ponerme. En general consiste en un pedazo de tela de varios metros que se enrolla al cuerpo y se mete en una combinación. Por suerte el mío ya lleva una falda más o menos montada, lo que facilita las cosas.

El templo de Ranakpur, uno de los más hermosos de la India, está emplazado en un valle en medio de los montes Aravali. El edificio más importante es el majestuoso Adinath Temple, considerado como uno de los cinco lugares sagrados de la religión jainista. Los jainistas son muy estrictos en algunos templos con sus visitantes y Ranakpur no es una excepción. Así debemos tener en cuenta que está prohibido entrar con nada de cuero, con tabaco y las mujeres que estén con la regla. Esta medida es la única que no he visto cómo aplican pero sí las otras, con estrictos controles de seguridad a la entrada. Por supuesto debemos entrar descalzos y con las rodillas cubiertas.

El templo principal, como dije ya bellísimo y construido en mármol blanco, se articula en torno a una capilla central elevada en la que se guarda una imagen de Adinath, a la que no se puede hacer fotos y donde no podemos subir los turistas. Tiene numerosas columnas finamente talladas y cúpulas muy bellas. Una de esas columnas está torcida (no es difícil encontrarla) y se dice que el arquitecto afirmó por ello que sólo Dios es perfecto. Torcida o no todo el conjunto es muy armonioso y bello. En total hay 1444 columnas, todas ellas esculpidas con motivos diferentes, en el templo jainista más grande de la India.

Después de la visita fuimos a comer (incluido). En un pequeño buffet comí arroz blanco con piña, queso de varios tipos, pasta, pasteles y una especie de nata que estaba muy buena. Ya por la tarde seguimos nuestro camino hasta Deogarth atravesando la montaña. El paisaje ha cambiado radicalmente con respecto a los días anteriores. Y es que hemos abandonado la zona del desierto para adentrarnos en las proximidades del monte Aravali. Y nuevamente algunos monos nos acompañan por el camino.

Al llegar al pueblo, que ya desde el bus se nos antoja pequeño, nos hacen abandonarlo para coger una especie de jeeps en absoluto discretos con los que llevarnos al hotel. Recorremos con ellos todo Deogarth y a día de hoy no creo que hubiera alguien que no se hubiera percatado de nuestra presencia.

El Deogarth Mahal, situado en lo alto de la población, es un palacio del siglo XVII que, como otros en la India, ha sido reconvertido por su dueño en un hotel aunque sin abandonar en parte la decoración del hotel. Es normal ver por todas partes fotografías de la familia, incluso en las habitaciones.

Mi habitación estaba en lo alto del palacio y tenía una pequeña terraza por detrás, además de la delantera común, por lo que se disfrutaba de buenas vistas. A pesar de que no tiene el lujo de otros hoteles, resulta acogedor y suficiente para una noche.

Aprovechando que aún quedaba un buen rato para cenar, dimos una vuelta por el pueblo, haciendo el camino que hicimos al llegar pero en sentido inverso. Está lleno de tiendas por todas partes que cierran bastante temprano y a las afueras se ve un templo y un pequeño lago.

Por cierto, en mi paseo una chica del pueblo me llamó la atención por mi ropa (un vestido por la rodilla, sin mangas y atado en la nuca). Según ella debía vestir sari como ellas e ir bien tapada. Es una constante en ese país; las mujeres te regañan y a los hombres se les salen los ojos de las órbitas.

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Séptimo día

Salimos del hotel a las ocho de la mañana para ir hacia Jodhpur. Tardamos en llegar casi cinco horas con una parada en medio para estirar las piernas y para hacer lo que el guía de un viaje a Alemania llamaba “parada técnico hidráulica”. Llegamos, pues, al hotel casi a la una y casi sin pisar las habitaciones nos fuimos directos al comedor porque salíamos a las tres para hacer una visita.

En el restaurante pude darme cuenta de lo lentos que son los indios para servirte porque nunca he esperado tanto por una pizza. Eso sí, en su favor diré que me dejaron escoger los ingredientes (tomate, champiñones y jamón) y que era enorme, tanto que creí que iba a ser incapaz de comerme las dos enormes bolas de helado de chocolate que me trajeron después.

A la hora prevista salimos, acompañados de un guía local, para hacer la visita a la ciudad. En primer lugar subimos una montaña hasta llegar al Jaswant Thada, el cenotafio del maharajá Jaswant Singh II que reinó a finales del siglo XIX. Es curioso que a día de hoy todavía se siga creyendo que el rey tenía poderes curativos y se le siga venerando como si fuera un dios. Lo único (y ojo, es importantísimo) que hizo el buen hombre fue ordenar construir innovadores sistemas de irrigación.

El edificio, de un mármol blanco inmaculado y traslúcido en algunos puntos, está lleno de retratos de los marahajás y destaca una especie de altar con la imagen de Jaswant Tada donde se le dejan las ofrendas. Un aviso a los visitantes. Al tratarse de una persona venerada, para penetrar en el templo uno debe descalzarse. Y se debe hacer ya antes de empezar a subir las escaleras. Quien avisa no es traidor. Resbala muchísimo.
Alrededor del edificio principal se alzan los crematorios de esposas, concubinas y sucesores así como del mismísimo Jaswant Thada.

Más tarde continuamos la ascensión a la colina para llegar al Fuerte Mehrangarth. Se dice de él, quizás por su situación sobre un peñasco de 125 metros de altura, que es el más majestuoso de Rajasthan. Desde luego es impresionante e incluso el famoso escritor Rudyard Kipling habría quedado atrapado por su belleza pues dijo de él “obra de ángeles, hadas y gigantes”. Fue mandado construir por Rao Jodha a mediados del siglo XV en piedra arenisca y ampliado con posterioridad. Admiramos las numerosas salas así como las imponentes murallas. Para subir desde la entrada lo hicimos en un ascensor (quizás algo pequeño para la cantidad de visitantes) y bajamos caminando. En uno de los patios se conserva el Shringar Chowk, el trono de mármol blanco donde se han coronado a los maharajás. No dista demasiado de los otros tronos que hemos podido ver pero eso no quita su belleza.

El fuerte es un museo en sí mismo y la visita es más que obligada. Por cierto, si el visitante se fija bien en el suelo podrá ver las ranas (o sapos) más pequeños que haya visto en su vida en un número muy abundante.

A lo lejos por el camino pudimos intuir el Umaid Bhavan Palace, un inmenso palacio de arenisca rosada y crema, mandado construir por el maharajá Umaid Singh en 1929 (dicen que para dar trabajo a la población en época de hambrunas). Un descendiente suyo todavía vive en una zona del palacio mientras el resto (como en muchas partes de la India) se ha dedicado a museo y a hotel de lujo.

Desde el fuerte nos trasladamos a la cercana Mandore, a unos 9 kilómetros al norte de lan ciudad. Mandore fue la capital de los reyes de la zona hasta el siglo XV, cuando Rao Jodha decidió trasladarla a Jodhpur. Allí se conservan los rojizos cenotafios de los primeros gobernantes así como una galería de deidades y héroes, 15 estatuas de tamaño natural labradas en la roca y coloreadas. Pero sin duda lo que a todos nos llamó más la atención fue la infinidad de monos que habitan allí en completa libertad. Perqueños, medianos y grandes campan a sus anchas, te miran al pasar y comen lo que cogen o lo que les den mientras descansan en los bancos de piedra o en el suelo. Por cierto, puedo garantizar que no les gusta mucho que te acerques a ello. Lo intenté con un macho dominante, siempre manteniendo una distancia prudencial y con el simple objetivo de hacer una foto, y acabó mostrándome sus larguísimos y afilados colmillos. Quizás por eso una parte de las mujeres del grupo tenían miedo en esa visita.

Para terminar la jornada el guía local decidió que volviéramos a la ciudad y cogiéramos unos tuc tucs para ir a dar un corto paseo por el centro. Paramos junto a la torre del reloj erigida en 1912 para recorrer a pie el Sardar Bazaar, que ya habíamos visto desde lo alto del fuerte. Sin duda se trata de uno de esos mercados coloridos que hay en estas ciudades aunque a esas horas muchos ya estaban recogiendo. Llamaban la atención las especias y las abundantes tiendas de telas de vivaces colores. Por cierto, hablando de color. A Jodhpur la denominan la ciudad azul y pude darme cuenta de por qué cuando estaba en lo alto de la fortaleza. Un buen número de las casas de la ciudad están pintadas de azul y ofrecen una preciosa estampa. Las primeras casas fueron pintadas así por sus dueños, que eran brahmanes, la casta más alta, para homenajear al dios Shiva, que tiene el cuerpo azul, pero sobre todo para indicarles a los habitantes de castas más bajas que no podían acercarse. Ahora todo el que quiera puede pintar su casa de ese color. Otras razones del azul son mantener las casas frescas y, dicen, repeler a los mosquitos, que no me cabe duda que debe haber en cantidades astronómicas. Las estadísticas dicen que en verano en Jodhpur, la puerta del desierto del Thar, se alcanzan los 45 ó 50º.