miércoles, 29 de septiembre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Sexto día

El hotel de Jaisalmer tiene unas habitaciones que están en patios abiertos, jardines y una piscina. Esto último no es nada especial, puesto que los otros también la tenían, pero hablo de ella porque es la única en la que pude bañarme. Pero vayamos por partes. Después del desayuno, en buffet como era habitual, salimos otra vez hacia Jaisalmer acompañados de un guía local.

La primera visita fue a mis amigos los peces gatos, hambrientos como siempre. Como la noche anterior había gente en la orilla dándoles trozos de pan que ellos agradecían a su modo y en aquel momento me dio por pensar en unos críos que la tarde anterior pedían comida en las calles sin que nadie les mirara a la cara. Eran nómadas y se dice de ellos que todo lo que les das lo venden pero eso no obsta para que en la India haya gente que pase hambre y merezca más un pedazo de pan tierno que un pez feísimo. Por nuestro lado pasó un perro, el más flaco que he visto en mi vida, con los huesos completamente marcados. En la India apenas ni hacen caso a los perros, siendo chuchos callejeros la gran mayoría, y de los gatos mejor ni hablar. Creo que sólo vi cuatro y uno de ellos muerto en plena calle y sin cabeza, entre un buen montón de basura (horrible visión). Casi nadie del grupo se atrevió a acercarse a la orilla del lago. Está visto que no sólo a mí me daban asco los pececitos en cuestión aunque con la diferencia que yo me hice una foto junto a ellos (puaggg). Aprovechando que estábamos allí entramos en el pequeño templo dedicado al dios Shiva, descalzándonos previamente como siempre. Lo que más me llamó la atención era la gran cantidad de murciélagos que había dentro, colgados cabeza abajo, durmiendo la siesta a primera hora de la mañana.

Después fuimos hacia el fuerte y recorrimos las calles que habíamos visto por libre la tarde anterior con la novedad de poder entrar en los templos jainistas. Se trata de un conjunto de edificios hermosamente decorados. Sus seguidores tienen unas reglas estrictas y destacan por su doctrina de la no violencia, ni contra hombres ni contra animales. Es por eso que los sacerdotes se tapan la boca antes de limpiar las estatuas de los templos por si se les mete algún bichito en la boca y se lo tragan sin querer y barren antes de sentarse en alguna parte. Nunca se han dedicado a la ganadería ni a la agricultura, en el primer caso por motivos obvios y en el segundo porque al cavar para plantar se puede matar a un bichillo (un gusano por ejemplo). Por lo tanto los jainistas siempre han sido entre otras cosas ricos comerciantes. Por cierto, Gandhi era jainista y de ahí su obsesión por la no violencia. No es que un día se levantara con ello, es que su religión se lo dictaba. Y otra curiosidad, para ser monje jainista uno debe arrancarse uno a uno y con la mano todos y cada uno de los pelos del cuerpo. ¿A que dan ganas de hacerse monje?. Pues, alucinad… se repite al cabo de los años, no basta con hacerlo una vez.

Después visitamos tres havelis, los más importantes de la ciudad, y delante de uno de ellos vimos a un hombre que destaca por su larguísimo bigote. No dudó en desplegarlo para nosotros ni yo en hacerme una foto cogiéndolo de un lado. En uno de los havelis, después de subir a la terraza para ver el panorama de tejados, nos esperaban para enseñarnos colchas y pañuelos. Se negaron a rebajarnos ni una rupia del precio que nos daban a pesar de nuestra insistencia. ¿Qué hicimos?. No comprar. Somos españoles pero no tontos.

Volvimos al hotel al mediodía a tiempo para comer por nuestra cuenta en el buffet del restaurante algunos y otros picar alguna cosa junto a la piscina y para bañarnos después. El agua de la piscina estaba templada y creo que pocos del grupo se resistieron a meterse aunque fuera un rato. Allí me hubiera quedado toda la tarde de no ser porque tenía que prepararme para ir a Khuri.

Se trata de un lugar donde no hay nada más que un buen montón de dromedarios (que no camellos) esperándonos para darnos un paseo por las dunas. Con anterioridad ya me había encargado de decirle al guía que no quería subirme. Es la tercera vez en mi vida, después de Túnez y Egipto, en que me lo han ofrecido y la tercera que lo rechazo. No me hace ninguna gracia ir ahí arriba aunque sé que a mucha gente le apasiona. En fin, cosas del vértigo y de ni fiarme de la locura de esos lindos bichillos patilargos.

Por un motivo que explicaron de los tres carros que debían tener preparados para los que no gustábamos del camello sólo tenían uno. Pero ¡ay!... lo que sentimos al ver el carro. Una especie de tabla asquerosa recubierta con una manta y con ruedas tirada por un dromedario. Su altura hacía que el carro se inclinara mucho hacia atrás. Vamos, que no daba muy buen rollo que digamos. Y para colmo pretendían que otra chica y yo subiéramos al nuestro sin amarrar la manta con una cuerda, como debía ser. Me negué a subir hasta que no la pusieran. Lo que hace haber estudiado tanto prevención de riesgos. Y para ello tuve un desencuentro con el guía local, que me decía que no era necesaria pero que después en su carro iba bien agarradito a ella. Conseguí mi propósito y la famosa cuerda me vino muy bien para aguantar la mochila y poder ir tranquilamente haciendo fotos.

El paseo por las dunas fue cuanto menos curioso. Perseguidas por nómadas (un par de chicas de los cuáles nos merecieron poca confianza porque miraban atentamente las mochilas) y algunos chicos que querían vendernos bebida y sufriendo los pedos del dromedario, afectado de diarrea. Poneos en mi situación. Sentada de lado en un carro y escuchando los ruidosos pedos de un animal cuyo culete estaba muy cerca de mí. Por suerte no me llegó el olor. No lo puedo ni imaginar.

El objetivo del paseo era llegar a un punto de las dunas donde bajamos y esperamos sobre la arena a que anocheciera. Vamos, aprovechamos para hablar unos con otros. Y de vuelta otra vez con mi amigo Pedorrete aunque mucho más recuperado.

Pasaje a la India- Quinto día

A las 7 de la mañana y antes del desayuno cogimos unos jeeps en la puerta del hotel para ir a visitar el Parque nacional de Gajner, la segunda cosa que dije que destacaba en el pueblo. De todos los coches que había me quedé con el más viejo y roñoso pero sin duda mucho más típico que los otros. Y no fue tan mala elección en mi caso ya que entraba el aire por la ventanilla sin cristal y podía sacar la cámara fácilmente para hacer buenas fotos.

Nos acompañaba un hombre del hotel, como una especie de guardia de seguridad, que en inglés y muy bajito nos indicaba si veía algún animal. La idea era ver pájaros y nada más empezar aquello pintaba muy mal. Una especie de gorrión y algún pesado pavo real de los que por la noche, otra vez, nos habían dado la lata no eran precisamente los exóticos animales que esperaba contemplar. Para eso me habría quedado en casa. Pero… ¡falsa alarma!. A los pocos minutos nuestro acompañante nos llama la atención sobre un animal de cuatro patas que se veía a lo lejos. Miramos con atención y ¿qué vimos?. Pues nada más y nada menos que una gacela, algo mucho más llamativo que un simple gorrioncillo. Dicen en las guías de viaje que en el parque habita el antílope negro. No soy una experta naturalista como para poder distinguir esa especie (y menos a tanta distancia) pero algo así parecían ser la gacelita y los compañeros que aparecieron poco después.

Como estábamos en la India no pudimos evitar ver algunas vacas vagando por allí pero para que no nos quedara mal sabor de boca antes de acabar la excursión encontramos también un buen puñado de jabalíes y un zorro del desierto (hay quien dice que más de uno). La salida, al fin, resultó divertida, provechosa y pudimos disfrutar, además, de unas vistas muy bonitas de nuestro hotel desde el otro lado del lago.

Después de desayunar partimos rumbo a Jaisalmer. Como hay bastante distancia tuvimos que parar a mitad de camino para comer. Nunca he visto sacar tantas patatas fritas en un restaurante como aquella vez. Nos lanzábamos sobre ellas como lobos hambrientos y ni siquiera el delicioso pollo tandoori nos hacía olvidar nuestra ansia de comer algo tan bueno y sin picante.
Llegamos temprano y felices al hotel Fort Rajwada de Jaisalmer. Nos recibieron con una bebida y al ver una bandeja de las famosas bolitas dulce corrí a coger una para merendar. Después de dejar las maletas en la habitación cogimos un tuctuc para ir a la ciudad, de la que nos separan unos dos kilómetros (o eso dicen porque yo creo que son algunos más). Por cien rupias nos dejó al borde de la muralla.

Jaisalmer es una ciudad muy hermosa pero también puede resultar agobiante. Eso es lo que me pasó a mí después de tres horas de paseo. Tengo que decir en su defensa que tengo cierta “alergia” a las ciudades del estilo musulmán. Me explico. No puedo soportar aquellos lugares (y eso ocurre mucho en Estambul, Marruecos o Túnez) en los que los vendedores te atosigan todo el tiempo para que compres objetos que no has de usar para nada, en los que las motos van por todos lados sin control y donde la gente te pregunta lo que sea aunque ni siquiera le interese lo que les puedas contar. Si a eso le añadimos la más absoluta suciedad y las vacas sueltas imaginad el panorama. Quizás ahora lo que he dicho ha sonado algo racista o urbanita; no era mi intención, pero resulta complicado hacerles entender que los turistas también queremos tranquilidad y que somos plenamente capaces de mirar algo si nos interesa sin que haga falta que nos griten sin cesar al oído.

Pero hablaba de las vacas y es que, aunque las había visto pasear por la carretera, nunca antes en el viaje las había tenido tan cerca ni en un número tan numeroso. Soy una persona miedosa. Temo a las alturas, a los aviones, al mar, a las tarántulas y a mil cosas que no vienen al caso. Sin embargo todavía no ha llegado el día en que le tenga miedo a una vaca, por muy grandes que tenga los cuernos (y os puedo asegurar que las indias tienen los cuernos enormes). No se puede decir lo mismo de los toros aunque a su lado pasaba con tranquilidad y con aquella norma de “no me toques, no te tocaré”. Y parecía que funcionaba excepto cuando sus rabos se meneaban de un lado a otro para espantarse las moscas.

Todo parecía ir bien en mi relación con la especie bovina… hasta que me encontré con ella. Era joven aunque de un tamaño ya considerable, blanca y estaba loca. Sin comerlo ni beberlo, cuando parecía que sólo paseaba, se acercó a mí y a traición me golpeó con la cabeza en el costado. Dolió, no puedo decir que no. Pero aún pienso lo que hubiera podido pasar de haber tenido largos y afilados cuernos en lugar de aquellos cuernecillos incipientes.

Pero hablemos de la ciudad. Jaisalmer fue en el pasado un importantísimo centro de paso de las caravanas a Afganistán y a Asia. En el siglo XVII ricos mercaderes ordenaron la construcción de bellísimos palacios, los havelis. Una de las mayores atracciones de la ciudad, además de la fortaleza, son esas mansiones de fachada de piedra ricamente labrada con hermosos balcones en saledizo y celosías. Y no podemos olvidarnos de los templos jaimistas o del complejo palaciego. En cuanto al fuerte ¿qué decir?. Es simplemente espectacular a la par que delicado. Y es que al establecer tantos hoteles y restaurantes dentro y ser el único en todo el país que permanece habitado el agua está debilitando la piedra y amenaza con destruirlo. Sería una pena y una gran pérdida que eso ocurriera. Hoy por hoy todavía es posible dar la vuelta casi completa a la muralla y ver la otra parte de la ciudad desde arriba.

Para todo aquel que visite Jaisalmer le recomiendo que no deje pasar la oportunidad de ir al otro lado, a la orilla del lago Gadisagar. Se trata de una reserva de agua construida en el siglo XIV, rodeado de ghats (escalones) y templos. Una de las puertas la mandó construir una cortesana, lo que provocó la furia de la Corte, que quiso derribarla. Entonces ella ordenó poner una imagen del dios Krishna para coronarla por lo que no sólo no se pudo tirar sino que todo el que pasara por debajo quedaba obligado a inclinarse. El lago y sus alrededores son muy bonitos pero lo que verdaderamente llama la atención es el espectáculo que tiene lugar en él a todas las horas del día. Ciertos jóvenes te reciben ofreciéndote bolsas de pan que los indios no dudan en comprar para alimentar a los peces más feos y repugnantes que he visto en mi vida. A todo el que no haya visto en su vida un pez gato le diré que se trata de un animal grande y baboso con bigotes y una boca enorme. Imaginad a cientos de ellos, unos sobre otros, incluso saliéndose del agua, con la intención de coger un trozo de pan. Todas aquellas bocas juntas abiertas es algo que no se olvida fácilmente. Y una no podía dejar de pensar en que ojalá no resbalara y cayera encima de esos bichos.

No puedo decir que disfrutara mucho de mi tarde en Jaisalmer y la débil pero impertinente lluvia que nos cayó encima no ayudó mucho. De todos modos diré que el fuerte y los havelis son magníficos.

martes, 7 de septiembre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta

Cuarto día.

La noche pasó lentamente, penosamente. Un ruido, como un quejido, no nos permitió descansar como hubiéramos querido. Una vez que me hube adecentado (todo lo mejor que pude, con mi largo y escotado vestido azul) decidí salir de la habitación y subir las escaleras que llevaban a lo más alto de esa torre.

En la terraza las vistas eran espectaculares, no cabe duda. Más abajo, azul, impecable, una piscina de agua limpísima invitaba a un baño que no nos dimos. Pero lo que llamó mi atención fue el origen del ruido que nos había acompañado toda la noche. Posado en una rama cercana un pavo real, esbelto y colorido, se comunicaba con otro que estaba sobre otra terraza. De haber tenido una escopeta juro que ni su belleza me hubiera impedido dispararles y hacerles ir a parar a la cazuela. No os podéis imaginar cómo llega a cansar escuchar su gritito durante horas. El guía me aseguró que no era época de celo; no quiero ni imaginarme lo que puede ser tener a todos esos bichitos cerca de tu habitación lanzando berridos para atraer a las féminas. Pero no creo que me dejaran matarlos. El pavo real es el ave nacional de la India. Tan sagrado como las vacas.
Después del desayuno y algunas fotos salimos a la calle para ver a la luz del día por dónde habíamos tenido que subir la accidentada noche anterior. La verdad es que no nos pareció que estuviera tan mal. Incluso circulaban algunos autobuses por lo que la pregunta era ¿por qué el nuestro no?. A día de hoy aún no hemos obtenido respuesta.

Alsisar es un pueblecito pequeño con algunas casas tipo haveli, un par de pequeñísimas tiendas y algunos vecinos que nos miran con curiosidad. El mismo sistema para llevar las maletas es curioso. Dos risueñas dromedarias tiraban de sendos carritos cargados en los que nosotros hubiéramos ido divinamente por la noche sin ensuciarnos.

Cargadas ya las maletas en el bus no volvimos a parar hasta tres horas más tarde y después pasada la una del mediodía para comer, ya en Bikaner. Nos llevaron a un restaurante donde comimos de buffet macarrones, arroz, pollo asado y algunas otras delicias y de postre arroz con leche con sabor a coco y los siempre presentes plátanos.

Después de reponer fuerzas fuimos con el guía local a visitar el fuerte Junagarth. Bikaner, en pleno Rajasthan, está en cerca del desierto del Thar y se dice que las precipitaciones allí son muy poco abundantes. Además hace muchísimo calor, cosa que puedo atestiguar. La ciudad lleva, como otras muchas, el nombre de quien la fundó, en este caso Rao Bika (el nombre de la ciudad significa asentamiento de Bika), en el siglo XVI. El edificio más importante es el fuerte ya citado. Es uno de los más bonitos que vimos en el recorrido y probablemente también uno de los más desconocidos. Se construyó en el siglo XVI a instancia del rajá Rai Singh y sus muros de arenisca tienen un perímetro de casi un kilómetro, 37 bastiones y un foso. Eso, unido a la presencia del desierto, hace que el fuerte no haya sido conquistado y que se mantenga en ese excelente estado de conservación. Dentro, y subiendo y bajando sin parar, recorriendo multitud de pasadizos, fuimos descubriendo los distintos palacios que el fuerte encierra y que son un total de 37. El más bonito de todos ellos es el Anup Mahal, construido en 1690 por el maharajá Anup Singh como salón de audiencias privadas y decorado con posterioridad con el esplendor de una corte de las mil y una noches. Los muros de cal están recubiertos de laca roja y dorada, espejos y pan de oro. Puedo asegurar que el resultado es maravilloso.

El salón de audiencias públicas se llama Karan Mahal. Se construyó en el siglo XVII y también está ricamente decorado. Otros palacios son el Chandra Mahal (palacio de la luna) y el Phool Mahal (palacio de la flor), donde está la curiosa cama de patas bajas donde dormía Rao Bika y que le permitía, al tener los pies apoyados en el suelo, defenderse de ataques de enemigos en plena noche, algo que al parecer ocurría a menudo en las cortes de la época.

Es francamente bonito el Badal Mahal (palacio de las nubes), decorado en azul y blanco con pinturas de nubes, relámpagos y tormentas. Tenemos que tener en cuenta que Bikaner está próximo al desierto y que en un lugar tan seco la lluvia ha de ser muy deseada. El sultán se había hecho instalar una especie de sistema de aire acondicionado. Determinado mecanismo permitía que le salpicara agua y eso, unido a la visión de las pinturas, daría la sensación de que llovía. Es por eso que se ha pensado que podría haber sido utilizado para que el rey ejerciera algún tipo de ritual de llamada a la lluvia.

En el fuerte hay otros muchos rincones que merecen ser visitados o explorados. Y sin duda es espectacular la vista desde alguna de sus terrazas.

Después de la visita, y completamente sudados, el guía (más sudado que nosotros) decidió llevarnos a ver un taller de tejidos de la zona. Vamos, uno de esos sitios donde vas, te tomas una bebida, te enseñan el producto y luego intentan venderte algo. He de reconocer que tenían cosas muy bonitas, sobre todo colchas y telas para cubrir el sofá. Y por la cantidad de gente que compró deduzco que no era tan caro. Personalmente no compré nada quizás porque no me gusta ir tan cargada y la ropa sola ya roza los 20 kilos permitidos por las compañías de aviación. Lamenté, no obstante, no poder ver algo más de la ciudad pero bastante temprano abandonamos Bikaner para ir a Gajner, donde se ubica nuestro próximo hotel.

Gajner, a 30 kilómetros al noroeste de Bikaner, sólo destaca por dos cosas. La primera y más importante es el Summer Palace, un palacio que sirvió como pabellón de caza a los maharajás y que hoy se ha convertido en heritage. En fin, era nuestro hotel. A primera vista es un lugar precioso. Son varios edificios de arenisca roja rodeados de jardines y frente a un lago. Las habitaciones, enormes, están separadas de la recepción. Puedo hablar de la mía para decir que era muy grande. Por un lado estaba la habitación propiamente dicha, con la cama y dos sofás, uno al pie de una chimenea blanca. Por un lado se entraba a un pequeño cuarto donde estaban el armario y la nevera y que daba paso al cuarto de baño. Por el otro se accedía a otra pequeña habitación con un sofá cama. En fin, una habitación de lujo dispuesta para varias personas.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- 3ª parte

Tercer día.

A las 8 de la mañana abandonábamos el hotel Taj Palace y empezábamos el recorrido por el país propiamente dicho. Y entonces pudimos ver el caos circulatorio que el día anterior sólo habíamos intuido. Montones de coches, motos, tucs tucs, autobuses y camiones (estos muy decorados), cargados hasta los topes, se amontonaban a la salida de la capital haciendo que un trayecto corto se convirtiera en eterno. Es costumbre en la India hacer sonar la bocina continuamente. Tanto es así que incluso los camiones llevan escrito por la parte de atrás un mensaje incitando a pitarles.

Los adornos que llevan los tuc tucs y los autobuses a veces rozan lo hortera y no se puede decir que desaprovechen el espacio porque llevan unas veinte personas, algunas agarradas como pueden, cuando son de cuatro y otros personal sentado encima. Me pregunto qué clase de comodidad pueden encontrar en viajar así pero desde luego, repartido entre todos, debe ser barato. Y allí no tienen dinero para gastar innecesariamente. Muchos autobuses van tan llenos que tienen que llevar la puerta abierta incluso circulando. Resultaba muy curioso también ver el sistema de peajes. Si bien algunas veces está dispuesto como en España, con sus casetas, otras muchas veces es un parón en medio de la nada donde un tipo cobra la tasa correspondiente por el cambio de estado (o por lo que sea) mientras otros veinte le contemplan. Y es que las zonas pobladas, las supuestas áreas urbanas, son a veces dos o tres chabolas, cuatro a lo sumo, con algunos hombres sentados a las puertas de una tienda minúscula y desordenada. No trabajan, no parece que lo hagan a menudo. Simplemente están sentados tomando té, jugando a las cartas o hablando. Ver pasar un autobús con occidentales es el acontecimiento del siglo y te miran mucho.
Por primera vez (y pensar que el primer día hasta las eché de menos) vi vacas. Montones y montones de esas vacas que en la India son sagradas. Nos dijeron que casi todas las que vemos en Delhi están abandonadas pero las que vimos en el resto del viaje tienen dueño. Las ordeñan por la mañana, recogen el estiércol y las dejan para que campen a sus anchas y coman lo que puedan hasta la hora de cenar.

Las vacas en India son sagradas porque se les considera como una madre por el hecho de proporcionar leche. Además existe la creencia que muchos de sus numerosísimos dioses habitan en distintas partes de ese animal. Así se les protege en el sentido de no matarlas y se aprovecha su leche y sus excrementos.

La primera vez que ves vacas en India te sorprendes por su “cara dura”, porque pasean por donde quieren y se ponen a dormir incluso en medio de las autopistas, y por lo “feas” que son. Acostumbrados a nuestras preciosas y regorditas vacas lecheras, ver una vaca india, con su joroba y con los huesos muy marcados, puede llegar a producir incluso repulsión. Al final te acostumbras a su aspecto y te das cuenta de que las hay más gordas pero igualmente entrometidas.

No todo el ganado bovino de la India es así. Abundan también los búfalos de agua, mucho más gordos y lustrosos y todo el tiempo buscando aunque sea una mínima charca para meterse dentro. Ya conocíamos a esos animales porque el año pasado, haciendo un crucero por el Li, en las cercanías de la ciudad china de Guilin, vimos muchos.

Al mediodía paramos (y fue un placer descansar del bullicio de la carretera) para comer. El pollo tandoori, esta vez sin una salsa sospechosa, hizo las delicias de todos nosotros. El arroz blanco fue también muy solicitado por eso de que no pica y encima nos previene de las tan temidas diarreas. De postre nos dieron los eternos plátanos, que se venden por todos lados, y probamos por primera vez un dulce típico que se llama gulab jamun. Se trata de unas bolitas de masa (luego he sabido que de leche de búfala y vaca con harina) fritas y mojadas en un sirope de semillas de cardamomo con agua de rosas. Está muy dulce pero es bastante bueno.

Tardamos mucho más de lo previsto en llegar a Mandawa, ciudad que vivió sin duda un pasado esplendoroso del que no queda más que una sombra. Antaño formó parte de la Ruta de la seda y es por eso que conserva tantos havelis, hermosas casas-palacio decoradas profusamente con pinturas que en su mayor parte han perdido el color. Aunque se nos dice que se han restaurado muchas de ellas, la verdad es que queda mucho por hacer.

El pueblo se cae. Sí, se cae a pedazos. Los havelis se caen. El baño público está habitado por ratas que no tuve el placer de saludar. Pero todos se mueren por vernos, por hablarnos, y principalmente por vendernos algo. Los niños del pueblo nos persiguen con cualquier excusa y nos hablan, algunos en un perfecto castellano, de su vida, de cosas del pueblo, de sus familias. Un niño con el brazo completamente quemado quiso hacerse mi amigo, sin duda con la intención de pedirme o venderme algo. Y la advertencia de que no hablemos con ellos no sirve de mucho porque allí siguen.

Visitamos dos havelis, uno de ellos bellísimo, que exploramos rincón a rincón asesorados por un muchacho del pueblo que nos hacía de guía y que explicaba bastante bien y en nuestro idioma. Me dio la sensación de que Mandawa no es un lugar demasiado frecuentado por los turistas y como dijo uno de los niños sólo tiene vida en la calle principal; el resto está completamente muerto a menos que aterricen los turistas y todos los chiquillos les persigan. En un momento determinado tuvimos que pasar por una calle completamente encharcada. Para no mojarnos los pies teníamos que pisar encima de piedras. No miento si digo que medio pueblo se concentró allí para vernos pasar con una media sonrisa en el rostro. Verla también en la cara del guía local me hizo pensar que podrían habernos llevado por otra calle pero que hubiera sido una pena perderse el espectáculo de los turistas pasando sobre piedras o mojándose los pies.

Un bebé sentado en la puerta de una casa, desnudo de cintura hacia abajo y con pulseras con cascabeles en muñecas y tobillos (deduzco que a modo de protección contra el mal de ojo y en parte muy cómodo para las madres, que pueden saber dónde está el crío por el ruidito), llamó mi atención y quise hacerme una foto. Pero el niño no parecía estar tan entusiasmado como sus vecinos más mayores porque apartó mi mano de su hombro y sale en la foto con cara de pocos amigos. Una pena. Di con el bebé más raro de todo Mandawa.

Los motivos en las paredes de las casas son espectaculares y mezclan lo más tradicional de la India (elefantes, bailarinas) con elementos modernos como los primeros coches o aviones. Sencillamente hermosos aunque deteriorados.

Abandonamos Mandawa para recorrer unos escasos 35 kilómetros hasta el hotel de Alsisar. No miento. Tardarmos una hora y media, circulando por una carretera medio destrozada y con un terrible aguacero que duró poco por fortuna, en llegar. Y cuando lo hicimos nos esperaba una sorpresa. Había dejado de llover pero allí todo se encharca enseguida y Alsisar no es más que un pequeño pueblo… sin luz. Cuando el autobús se detuvo pensamos que había parado a las puertas del hotel pero no tardamos en saber que no, que allí tendríamos que llegar a pie, alumbrados por una simple linterna que llevaba un encargado de nuestro alojamiento y pisando montones de barro que no veíamos. Una odisea. No puedo deciros la cantidad de barro que había porque no lo veía pero mis zapatos se quedaban atrapados dentro (y no era ni de las que peor caminaba y de las que iban detrás). El caso es que el guía se equivocó de hotel y cuando le avisamos del error ya le habían sacado unas llaves por una reserva inexistente.

No tuvieron la amabilidad de venirnos a buscar ni con un coche ni con el carro con el que llevaban las maletas pero nos recibieron con una fanfarria y con una bebida que no supe identificar. Y sentados en el patio, llenos de barro hasta las orejas, bebiendo, con el punto en la frente, nos quedamos a la espera de las llaves.

En defensa del hotel diré que está en un enorme edificio que era el antiguo palacio de un maharajá. Y las habitaciones así lo atestiguan. Enormes, desde luego. Y hubiera sido perfecta de no haberse dejado la ventana abierta mientras llovía a cántaros. Todo el suelo estaba lleno de agua, tanta que tuvieron que darnos otra habitación quizás un poco más pequeña que la anterior pero en palabras del hombre “digna de un rey”.

Cenamos el grupo entero en el comedor del hotel, el que había sido el comedor de palacio, decorado como tal y sintiéndonos reyes y reinas. Los camareros nos colmaban de atenciones y, al hablar de las parejas de los reyes, uno de ellos casi sufre un colapso al saber que en España un hombre puede casarse con un hombre y una mujer con una mujer. No es posible, no es posible, me repetía en inglés. Y yo le insistía en que sí era posible.

La cena fue muy buena aunque más o menos igual que siempre (pasta, arroz blanco, patatas condimentadas, plátanos, gulab jamun, etc). Y después nos ofrecieron (eso sí, al final pidieron propina) un espectáculo de marionetas, muy típico en ese país, en uno de los patios del palacio.

Pasaje a la India… con billete de vuelta- 2ª parte

Segundo día.

A las 8 de la mañana sonó el despertador, a las 9 daba cuenta de un buen desayuno en el buffet del hotel y a las 9 conocíamos a Javier, el guía acompañante que había llegado hacía muy poco con el resto de los compañeros de grupo.

Escuchando lo que decían he llegado a la conclusión de que volar a Delhi haciendo escala en Helsinki es algo estúpido a la par que una pérdida de tiempo. Comportaba 4 horas más unas siete por lo que se hacían de más dos horas a lo tonto. Y los que tuvieron que hacer esa opción estaban más que muertos de sueño.

Cogimos el autobús que sería el nuestro durante todo el viaje, con un conductor eficiente y un ayudante que con el tiempo supimos que, entre otras cosas, servía para vendernos agua fresca al estupendo precio de 30 rupias la botella de litro (aproximadamente 50 centímos de euro).
Nuestra primera visita con un guía oficial algo quemado fue la espectacular Jama Masjid, la mezquita más grande de la India, previo pago de 200 rupias para poder usar la cámara de fotos. Os diré que eso es casi 4 euros. ¿No es un poco abusivo?. La política de precios en los monumentos también lo es teniendo en cuenta lo que paga un nacional.
La mezquita fue construida por el emperador mogol Shah Jahan(el mismo del Taj Mahal) entre 1644 y 1658 y destaca por sus enormes dimensiones, no en vano, como dije, es la más grande del país. Simplemente el patio ya es descomunal.

Como era de esperar no podemos entrar con los hombros descubiertos pero lo que no sabíamos es que nos pondrían a las mujeres una curiosa bata de colores llamativos (la mía naranja), que en las fotos, y lejos de lo que cabría esperar, ha resultado ser favorecedora. Descalzos o con calcetines recorrimos el mojado suelo de la mezquita bajo la atenta mirada de los indios, sobre todo de algunos niños, que no dudaron en ponerse en las fotos. Empezamos a descubrir lo mucho que les apasiona eso.

Desde la mezquita podemos ver un poco del mercado de Chandni Chowk, el más popular de Old Delhi. Bullicioso, desordenado, lleno de cables por todas partes. Gente, motos, ruido, por doquier. Y desde arriba pudimos fotografiar con comodidad otro de los monumentos más importantes de la ciudad que, lamentablemente, no pudimos visitar. Se trata del Fuerte rojo, complejo de edificios en piedra arenisca roja que había de servir en pocos días de escenario del discurso del Primer ministro a la nación en el día de la Independencia y que por entonces estaba tomado por el ejército. Por el mismo motivo tampoco pudimos ver el lugar de cremación de Gandhi. Sí que vimos de pasada los edificios de las embajadas (con el paso de los días llegué a cansarme de que me recalcaran todo el tiempo dónde estaba la de EEUU y me hizo mucha gracia que la de España estuviera frente por frente con la de México) y las casas de los congresistas.

Una parada para hacer fotos nos sirvió para darnos cuenta de las enormes dimensiones de la Puerta de la India. Fue construida para recordar a los más de 90,000 soldados hindúes que perdieron sus vidas durante las Guerras Afganas y la Primera Guerra Mundial. Está ubicada en uno de los extremos del Rajpath, una importante avenida de Delhi. Desde 1971, 40 años después de la finalización de su construcción, arde bajo el monumento la llama eterna en memoria del soldado desconocido, como en otros muchos puntos del planeta. Antiguamente bajo el monumento estaba la estatua de Jorge V (su construcción duró de 1921 a 1931) pero se retiró al alcanzar la India su independencia.

Luego nos llevaron a ver el templo jainista de Birla Mandir o Lakshmi Narayan, un bonito conjunto de edificios rojos, amarillos y blancos construidos en 1938 y dedicados a la esposa del dios Vishnú. Dentro está prohibido hacer fotos (tuvimos que dejar la cámara en el autobús) y llevar zapatos. Aprendimos algo sobre los dioses hindús, principalmente Ganesh, el más popular de todos por ser el de la buena suerte. Es el hijo de Shiva y Parvati y está representado con cabeza de elefante, fruto de una curiosa historia que dice que su padre al volver a casa no reconoció su paternidad y le cortó la cabeza. Después, al ver la tristeza de Parvati, prometió ponerle la del primer animal que pasara que resultó ser un elefante. También vimos muchas esvásticas, un símbolo que a nosotros nos recuerda los horrores del nazismo pero que es muchísimo más antiguo. El término proviene del sánscrito y significa buena suerte, bienestar, fortuna o muy auspicioso y la esvástica está ampliamente representada en los templos.
Allí me pusieron por primera vez ese punto que llevan las mujeres indias en la frente. Se llama bindi. Se pone a la altura del sexto chakra (el de la sabiduría) y en mi caso era de ceniza naranja.
Más tarde nos dirigimos al Gurdwara Bangla Sahib, el principal templo sikh de la ciudad de Delhi. Se trata de un bonito edificio de mármol blanco con unas llamativas cúpulas doradas. Todo el él rezuma limpieza (y menos mal porque tenemos que entrar descalzos). Para penetrar en el templo es obligatorio que hombres y mujeres se cubran la cabeza, para lo cual facilitan pañuelos a los que no tengan uno a mano. Está dedicado al octavo gurú sikh, que vivió en la ciudad en el siglo XVII. Un par de curiosidades. La primera es que los fieles van a buscar a ese templo un agua considerada milagrosa. La segunda es que el complejo cuenta con una cocina y un comedor donde todo aquél que lo necesite puede comer gratis. De hecho nosotros pasamos por allí en el momento de repartir la comida y tuvimos el privilegio de poder entrar en la cocina, donde se habían preparado unas lentejas negras que desprendían un olor delicioso y pan.
La doctrina básica del sijismo consiste en la creencia en un único dios y en las enseñanzas de los diez gurús del sijismo, recogidas en el libro sagrado de los sijes, el Gurú Granth Sahib. De hecho el libro se considera como un ser humano, un gurú o maestro, y duerme en su propia cama. La del templo de Gurdwara Bangla Sahib es impresionante.

Después de todas estas visitas (y de haber visto algunas otras cosas desde el autobús en visita panorámica) fuimos a comer a un restaurante recomendado por el guía. Esta comida no estaba incluida pero no nos quedó más remedio que aceptar y comer todos allí. El restaurante estaba limpio y parecía de fiar. Nos sacaron algunas cosas en el centro de la mesa para que cada uno se sirviera lo que quisiera: pan, arroz blanco, lentejas, carne de pollo picada en unos rulitos, unas cositas redondas rebozadas, puré de espinacas, verduras y pollo tandoori en salsa que casi nadie probó porque tenía pinta de ser picante. De postre comimos helado de nata con chocolate. Nos costó unos 10 euros por persona con bebida (con el tiempo veríamos que era una de nuestras comidas más baratas).

De ahí nos dirigimos al recinto del Qutb Minar, el minarete más alto del mundo y monumento más antiguo de Delhi. Tiene una altura total de 72,5 metros y está construido en piedra arenisa roja tallada y profusamente decorada. Su diámetro en la base es de 14,3 metros mientras que en su punto más alto es de 2,7 metros. El Qutb Minar es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde el año 1993. Junto a él está la mezquita Qwwat-ui-Islam, del siglo XII igual que el minarete, y que es la más antigua de la India. En el patio de la mezquita se conserva un pilar de hierro de 7 metros de altura con inscripciones en sánscrito del siglo V a.C. y que inexplicablemente no se oxida. Junto a la mezquita, algo más allá, está el Alai Minar, que fue un intento del sultán Alaudín de hacer un minarete mucho más alto que el Qutb Minar. Por lo que se ve no lo consiguió ya que sólo pudo llegar a los 27 metros. Sin duda es una de las zonas de la capital india más hermosas.

De vuelta al hotel sobre las seis de la tarde y con tiempo libre decidimos coger un taxi en el mismo recinto para ir a la Tumba de Humayun. El taxi, cómodo y seguro, nos costó 200 rupias y la entrada a la tumba 250 más por persona. Aunque no se incluye en los circuitos organizados, este lugar es poco menos que imprescindible. Se trata de un complejo de varios edificios, en su mayoría tumbas, declarado en 1993 Patrimonio de la Humanidad, y entre los que destaca la tumba principal, la del emperador mogol Humayun. Está construida en piedra arenisca roja con decoraciones en mármol blanco y fue mandada construir por la viuda de Humayun para su esposo en el siglo XVI. Ella misma está también enterrada allí, así como otros dignatarios. Los pequeños sepulcros blancos no distinguen a unos y a otros y hoy por hoy sólo se sabe cuál era la tumba que pertenecía al emperador, por ser la única que está sola en el centro del recinto. Está rodeada de unos hermosos jardines y con un estanque delante en el que se refleja. Es por ese motivo que se considera el antecedente del Taj Mahal (Humayun era bisabuelo de Sha Jahan).
Terminada la visita, a las 7 de la tarde, hora del cierre, cogimos un riskshaw para ir a Connaught Place, enorme plaza circular de la que parten las principales avenidas de Nueva Delhi. Desgraciadamente no pudimos apreciar su belleza y la de sus blancos portales porque estaba en obras y la circulación por allí era cuanto menos complicada. Lo que sí vimos es que en la plaza se concentran numerosas tiendas de importantes marcas así como establecimientos extranjeros de comida rápida, todo fuertemente vigilado por guardias de seguridad. Después de tomar unas patatas y una bebida en un McDonald’s, cogimos allí mismo el metro para ir a Chandni Chowk. Es muy moderno y barato (10 rupias por persona).

Chandni Chowk es uno de los mercados más importantes de la India y así lo ha sido a lo largo de tres siglos. Es el mayor mercado de Old Delhi y se extiende a lo largo de 2 kilómetros. Sin embargo ya era de noche y no pudimos apreciar en su extensión lo mismo que habíamos intuido de día. Sólo vimos desde fuera un templo dedicado a Surya, el dios hindú del sol, con una llamativa carroza en la fachada tirada por siete caballos. En vista de que era ya oscuro decidimos coger otro tuc tuc (así llaman allí a los rickshaws) e ir a varios kilómetros de distancia a ver el Templo Bai Hai. El conductor era algo kamikaze (y después veremos que también un poco timador) y se pasaba el rato escupiendo una cosa anaranjada, el “paan” supongo (una mezcla de muchas cosas para, supuestamente, facilitar la digestión). Resulta asqueroso verles escupir continuamente. Pero hablemos primero del templo. Era curiosa religión considera que hay un dios comunitario, que la humanidad es una sola raza y que pronto llegará el día de la unificación para crear una civilización universal. Aunque la oscuridad no nos permitió ver bien el templo, es impresionante. Construido en 1986, está construido en mármol y cemento blanco y tiene la forma de una flor de loto. El loto es símbolo en la India de pureza y santidad.

Cuando llegamos de regreso al hotel eran ya las 22.30 de la noche y el conductor del tuc tuc, olvidándose que habíamos pactado el precio del viaje, pretendía cobrarnos además una tasa nocturna cuando había sido él quien se había ido entreteniendo todo el tiempo (se paraba a comprar agua, a preguntar o a cualquier otra cosa). Por suerte la oportuna llegada a un encargado del hotel preguntando si estaba todo bien le hizo desistir.

Ese primer día en la India nos hizo darnos cuenta de la cruda realidad del país. Los edificios son muy pobres y muchas personas viven en plena calle. Es costumbre que gente de otras ciudades se traslade a una más grande para trabajar en la construcción, de carreteras por ejemplo. Viven en tiendas de campaña prefabricadas en plena calle y mientras los padres (las mujeres también desempeñan esos trabajos) trabajan, los hijos, a veces de corta edad, duermen sobre la calzada o juegan con lo que pueden. También es normal ver lisiados, también en plena calle, pero en un número muy superior al que estamos acostumbrados. Las condiciones de vida de esas personas son penosas. No sólo por las inclemencias del tiempo sino por todo, la basura acumulada por todas partes por ejemplo.

Pasaje a la India… con billete de vuelta- 1ª Parte

Mística, espiritual, vacas sagradas, tumbas que son el reflejo de un amor eterno, un río al pie del que todo indio quiere morir… Conceptos todos ellos que usamos para hablar de la India aunque no la hayamos pisado nunca. Y con esa idea emprendemos la aventura de viajar allí para ver si es cierto todo lo que se dice.

Primer día.
A las 8 y algo de la mañana, con algo de retraso, despegaba el avión del aeropuerto del Prat rumbo a Frankfurt, destino curiosamente de mi próximo viaje. Fue un vuelo sin grandes sobresaltos (mejor para mí), en el que nos dan un bocadillo y una bebida (yo escogí un zumo de naranja).

Después de una hora y algo aterrizamos en el aeropuerto de la ciudad alemana con unas tres horas por delante hasta la salida del otro avión. Esos momentos se aprovecharon para mirar algunas tiendas, ir al WC y tomar un par de chocolates gratis en las salas de espera. Sí, puede parecer increíble pero ponían a nuestra disposición infusiones, té, café o chocolate y todo sin pagar nada. Y eso quieras que no hace que la espera sea mucho más agradable.

Al fin, más o menos a la hora prevista, el bonito avión de Lufthansa ponía rumbo a Delhi. Me sorprendió que dispusiera de TV general y no de pantallas individuales. Eso dificulta las cosas porque la oferta es limitada (la película que ellos quieran poner). Ignoré unos dibujos animados (y no porque no me gusten) y vi por segunda vez Shrek 4, Felices para siempre al tiempo que nos repartían primero unos cacahuetes con una bebida y después la comida. En la disyuntiva de escoger entre vegetariano o no vegetariano (ya os acostumbraréis a eso; muchos indios son vegetarianos) cogí la segunda opción y me dieron poularda con verduras y unas riquísimas tiras de patata, una pequeña ensaladita, queso camembert, pan con mantequilla y una macedonia.
Llegamos a un sorprendentemente moderno aeropuerto de Delhi después de 7 horas y algo, habiendo ya cambiado en el avión la hora y dándome cuenta de qué rápido he avanzado 3 horas y media. Y el tiempo transcurrió mucho más esperando las maletas ya que inexplicablemente tardaron ¾ de hora en sacar las que provenían de Barcelona. Saber que no habían sacado ninguna de las que entraron en mi ciudad me hizo pensar (para tranquilidad mía) que mi maleta no estaba perdida, uno de mis grandes temores cuando cojo un avión y por lo que siempre llevo algo de ropa en un bolso de mano.

En una de las casas de cambio del aeropuerto cambiamos un poco de dinero. Para que os hagáis una idea un euro son unas 57 rupias. El cambio que me dieron fue de 56,50 pero a medida que avanzaba el viaje vi que en los hoteles cada vez era peor.

Al fin, maletas cargadas en el coche (minúsculo para cuatro viajeros, un conductor, un corresponsal y los enormes equipajes), nos dirigimos al primero de los hoteles, el Taj Palace, un elegantísimo cinco estrellas en la cama de cuya habitación me echaba a las 3.30 de la madrugada.