A las 7 de la mañana y antes del desayuno cogimos unos jeeps en la puerta del hotel para ir a visitar el Parque nacional de Gajner, la segunda cosa que dije que destacaba en el pueblo. De todos los coches que había me quedé con el más viejo y roñoso pero sin duda mucho más típico que los otros. Y no fue tan mala elección en mi caso ya que entraba el aire por la ventanilla sin cristal y podía sacar la cámara fácilmente para hacer buenas fotos.
Nos acompañaba un hombre del hotel, como una especie de guardia de seguridad, que en inglés y muy bajito nos indicaba si veía algún animal. La idea era ver pájaros y nada más empezar aquello pintaba muy mal. Una especie de gorrión y algún pesado pavo real de los que por la noche, otra vez, nos habían dado la lata no eran precisamente los exóticos animales que esperaba contemplar. Para eso me habría quedado en casa. Pero… ¡falsa alarma!. A los pocos minutos nuestro acompañante nos llama la atención sobre un animal de cuatro patas que se veía a lo lejos. Miramos con atención y ¿qué vimos?. Pues nada más y nada menos que una gacela, algo mucho más llamativo que un simple gorrioncillo. Dicen en las guías de viaje que en el parque habita el antílope negro. No soy una experta naturalista como para poder distinguir esa especie (y menos a tanta distancia) pero algo así parecían ser la gacelita y los compañeros que aparecieron poco después.
Como estábamos en la India no pudimos evitar ver algunas vacas vagando por allí pero para que no nos quedara mal sabor de boca antes de acabar la excursión encontramos también un buen puñado de jabalíes y un zorro del desierto (hay quien dice que más de uno). La salida, al fin, resultó divertida, provechosa y pudimos disfrutar, además, de unas vistas muy bonitas de nuestro hotel desde el otro lado del lago.
Después de desayunar partimos rumbo a Jaisalmer. Como hay bastante distancia tuvimos que parar a mitad de camino para comer. Nunca he visto sacar tantas patatas fritas en un restaurante como aquella vez. Nos lanzábamos sobre ellas como lobos hambrientos y ni siquiera el delicioso pollo tandoori nos hacía olvidar nuestra ansia de comer algo tan bueno y sin picante.
Llegamos temprano y felices al hotel Fort Rajwada de Jaisalmer. Nos recibieron con una bebida y al ver una bandeja de las famosas bolitas dulce corrí a coger una para merendar. Después de dejar las maletas en la habitación cogimos un tuctuc para ir a la ciudad, de la que nos separan unos dos kilómetros (o eso dicen porque yo creo que son algunos más). Por cien rupias nos dejó al borde de la muralla.
Jaisalmer es una ciudad muy hermosa pero también puede resultar agobiante. Eso es lo que me pasó a mí después de tres horas de paseo. Tengo que decir en su defensa que tengo cierta “alergia” a las ciudades del estilo musulmán. Me explico. No puedo soportar aquellos lugares (y eso ocurre mucho en Estambul, Marruecos o Túnez) en los que los vendedores te atosigan todo el tiempo para que compres objetos que no has de usar para nada, en los que las motos van por todos lados sin control y donde la gente te pregunta lo que sea aunque ni siquiera le interese lo que les puedas contar. Si a eso le añadimos la más absoluta suciedad y las vacas sueltas imaginad el panorama. Quizás ahora lo que he dicho ha sonado algo racista o urbanita; no era mi intención, pero resulta complicado hacerles entender que los turistas también queremos tranquilidad y que somos plenamente capaces de mirar algo si nos interesa sin que haga falta que nos griten sin cesar al oído.
Pero hablaba de las vacas y es que, aunque las había visto pasear por la carretera, nunca antes en el viaje las había tenido tan cerca ni en un número tan numeroso. Soy una persona miedosa. Temo a las alturas, a los aviones, al mar, a las tarántulas y a mil cosas que no vienen al caso. Sin embargo todavía no ha llegado el día en que le tenga miedo a una vaca, por muy grandes que tenga los cuernos (y os puedo asegurar que las indias tienen los cuernos enormes). No se puede decir lo mismo de los toros aunque a su lado pasaba con tranquilidad y con aquella norma de “no me toques, no te tocaré”. Y parecía que funcionaba excepto cuando sus rabos se meneaban de un lado a otro para espantarse las moscas.
Todo parecía ir bien en mi relación con la especie bovina… hasta que me encontré con ella. Era joven aunque de un tamaño ya considerable, blanca y estaba loca. Sin comerlo ni beberlo, cuando parecía que sólo paseaba, se acercó a mí y a traición me golpeó con la cabeza en el costado. Dolió, no puedo decir que no. Pero aún pienso lo que hubiera podido pasar de haber tenido largos y afilados cuernos en lugar de aquellos cuernecillos incipientes.
Pero hablemos de la ciudad. Jaisalmer fue en el pasado un importantísimo centro de paso de las caravanas a Afganistán y a Asia. En el siglo XVII ricos mercaderes ordenaron la construcción de bellísimos palacios, los havelis. Una de las mayores atracciones de la ciudad, además de la fortaleza, son esas mansiones de fachada de piedra ricamente labrada con hermosos balcones en saledizo y celosías. Y no podemos olvidarnos de los templos jaimistas o del complejo palaciego. En cuanto al fuerte ¿qué decir?. Es simplemente espectacular a la par que delicado. Y es que al establecer tantos hoteles y restaurantes dentro y ser el único en todo el país que permanece habitado el agua está debilitando la piedra y amenaza con destruirlo. Sería una pena y una gran pérdida que eso ocurriera. Hoy por hoy todavía es posible dar la vuelta casi completa a la muralla y ver la otra parte de la ciudad desde arriba.
Para todo aquel que visite Jaisalmer le recomiendo que no deje pasar la oportunidad de ir al otro lado, a la orilla del lago Gadisagar. Se trata de una reserva de agua construida en el siglo XIV, rodeado de ghats (escalones) y templos. Una de las puertas la mandó construir una cortesana, lo que provocó la furia de la Corte, que quiso derribarla. Entonces ella ordenó poner una imagen del dios Krishna para coronarla por lo que no sólo no se pudo tirar sino que todo el que pasara por debajo quedaba obligado a inclinarse. El lago y sus alrededores son muy bonitos pero lo que verdaderamente llama la atención es el espectáculo que tiene lugar en él a todas las horas del día. Ciertos jóvenes te reciben ofreciéndote bolsas de pan que los indios no dudan en comprar para alimentar a los peces más feos y repugnantes que he visto en mi vida. A todo el que no haya visto en su vida un pez gato le diré que se trata de un animal grande y baboso con bigotes y una boca enorme. Imaginad a cientos de ellos, unos sobre otros, incluso saliéndose del agua, con la intención de coger un trozo de pan. Todas aquellas bocas juntas abiertas es algo que no se olvida fácilmente. Y una no podía dejar de pensar en que ojalá no resbalara y cayera encima de esos bichos.
No puedo decir que disfrutara mucho de mi tarde en Jaisalmer y la débil pero impertinente lluvia que nos cayó encima no ayudó mucho. De todos modos diré que el fuerte y los havelis son magníficos.
Lo mejor de esto es el encontronazo con la vaca loca. Imagino que conocerás el chiste:
ResponderEliminar- ¿Por qué la vaca estaba loca?
- Porque supo que el toro se había enamorado de la luna.
Sí, vale, es malísimo, pero reconocerás que oportuno. Sigo leyéndote :P