El hotel de Jaisalmer tiene unas habitaciones que están en patios abiertos, jardines y una piscina. Esto último no es nada especial, puesto que los otros también la tenían, pero hablo de ella porque es la única en la que pude bañarme. Pero vayamos por partes. Después del desayuno, en buffet como era habitual, salimos otra vez hacia Jaisalmer acompañados de un guía local.
La primera visita fue a mis amigos los peces gatos, hambrientos como siempre. Como la noche anterior había gente en la orilla dándoles trozos de pan que ellos agradecían a su modo y en aquel momento me dio por pensar en unos críos que la tarde anterior pedían comida en las calles sin que nadie les mirara a la cara. Eran nómadas y se dice de ellos que todo lo que les das lo venden pero eso no obsta para que en la India haya gente que pase hambre y merezca más un pedazo de pan tierno que un pez feísimo. Por nuestro lado pasó un perro, el más flaco que he visto en mi vida, con los huesos completamente marcados. En la India apenas ni hacen caso a los perros, siendo chuchos callejeros la gran mayoría, y de los gatos mejor ni hablar. Creo que sólo vi cuatro y uno de ellos muerto en plena calle y sin cabeza, entre un buen montón de basura (horrible visión). Casi nadie del grupo se atrevió a acercarse a la orilla del lago. Está visto que no sólo a mí me daban asco los pececitos en cuestión aunque con la diferencia que yo me hice una foto junto a ellos (puaggg). Aprovechando que estábamos allí entramos en el pequeño templo dedicado al dios Shiva, descalzándonos previamente como siempre. Lo que más me llamó la atención era la gran cantidad de murciélagos que había dentro, colgados cabeza abajo, durmiendo la siesta a primera hora de la mañana.
Después fuimos hacia el fuerte y recorrimos las calles que habíamos visto por libre la tarde anterior con la novedad de poder entrar en los templos jainistas. Se trata de un conjunto de edificios hermosamente decorados. Sus seguidores tienen unas reglas estrictas y destacan por su doctrina de la no violencia, ni contra hombres ni contra animales. Es por eso que los sacerdotes se tapan la boca antes de limpiar las estatuas de los templos por si se les mete algún bichito en la boca y se lo tragan sin querer y barren antes de sentarse en alguna parte. Nunca se han dedicado a la ganadería ni a la agricultura, en el primer caso por motivos obvios y en el segundo porque al cavar para plantar se puede matar a un bichillo (un gusano por ejemplo). Por lo tanto los jainistas siempre han sido entre otras cosas ricos comerciantes. Por cierto, Gandhi era jainista y de ahí su obsesión por la no violencia. No es que un día se levantara con ello, es que su religión se lo dictaba. Y otra curiosidad, para ser monje jainista uno debe arrancarse uno a uno y con la mano todos y cada uno de los pelos del cuerpo. ¿A que dan ganas de hacerse monje?. Pues, alucinad… se repite al cabo de los años, no basta con hacerlo una vez.
Después visitamos tres havelis, los más importantes de la ciudad, y delante de uno de ellos vimos a un hombre que destaca por su larguísimo bigote. No dudó en desplegarlo para nosotros ni yo en hacerme una foto cogiéndolo de un lado. En uno de los havelis, después de subir a la terraza para ver el panorama de tejados, nos esperaban para enseñarnos colchas y pañuelos. Se negaron a rebajarnos ni una rupia del precio que nos daban a pesar de nuestra insistencia. ¿Qué hicimos?. No comprar. Somos españoles pero no tontos.
Volvimos al hotel al mediodía a tiempo para comer por nuestra cuenta en el buffet del restaurante algunos y otros picar alguna cosa junto a la piscina y para bañarnos después. El agua de la piscina estaba templada y creo que pocos del grupo se resistieron a meterse aunque fuera un rato. Allí me hubiera quedado toda la tarde de no ser porque tenía que prepararme para ir a Khuri.
Se trata de un lugar donde no hay nada más que un buen montón de dromedarios (que no camellos) esperándonos para darnos un paseo por las dunas. Con anterioridad ya me había encargado de decirle al guía que no quería subirme. Es la tercera vez en mi vida, después de Túnez y Egipto, en que me lo han ofrecido y la tercera que lo rechazo. No me hace ninguna gracia ir ahí arriba aunque sé que a mucha gente le apasiona. En fin, cosas del vértigo y de ni fiarme de la locura de esos lindos bichillos patilargos.
Por un motivo que explicaron de los tres carros que debían tener preparados para los que no gustábamos del camello sólo tenían uno. Pero ¡ay!... lo que sentimos al ver el carro. Una especie de tabla asquerosa recubierta con una manta y con ruedas tirada por un dromedario. Su altura hacía que el carro se inclinara mucho hacia atrás. Vamos, que no daba muy buen rollo que digamos. Y para colmo pretendían que otra chica y yo subiéramos al nuestro sin amarrar la manta con una cuerda, como debía ser. Me negué a subir hasta que no la pusieran. Lo que hace haber estudiado tanto prevención de riesgos. Y para ello tuve un desencuentro con el guía local, que me decía que no era necesaria pero que después en su carro iba bien agarradito a ella. Conseguí mi propósito y la famosa cuerda me vino muy bien para aguantar la mochila y poder ir tranquilamente haciendo fotos.
El paseo por las dunas fue cuanto menos curioso. Perseguidas por nómadas (un par de chicas de los cuáles nos merecieron poca confianza porque miraban atentamente las mochilas) y algunos chicos que querían vendernos bebida y sufriendo los pedos del dromedario, afectado de diarrea. Poneos en mi situación. Sentada de lado en un carro y escuchando los ruidosos pedos de un animal cuyo culete estaba muy cerca de mí. Por suerte no me llegó el olor. No lo puedo ni imaginar.
El objetivo del paseo era llegar a un punto de las dunas donde bajamos y esperamos sobre la arena a que anocheciera. Vamos, aprovechamos para hablar unos con otros. Y de vuelta otra vez con mi amigo Pedorrete aunque mucho más recuperado.
Buen momento para recomendar la lectura de "El asombroso viaje de Pomponio Flato" :)
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