lunes, 4 de octubre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Octavo día

La salida del hotel fue a la misma hora de siempre, a las 8, en dirección esta vez a Ranakpur. Tardamos en llegar (con la parada técnica incluida) unas cuatro horas. Por cierto, cuando paramos para hacer pis aproveché para comprar unas barritas de incienso de coco y de rosa con vainilla para regalar y para mí una falda y un sari. Sí, me compré un vestido tradicional indio que más o menos he aprendido a ponerme. En general consiste en un pedazo de tela de varios metros que se enrolla al cuerpo y se mete en una combinación. Por suerte el mío ya lleva una falda más o menos montada, lo que facilita las cosas.

El templo de Ranakpur, uno de los más hermosos de la India, está emplazado en un valle en medio de los montes Aravali. El edificio más importante es el majestuoso Adinath Temple, considerado como uno de los cinco lugares sagrados de la religión jainista. Los jainistas son muy estrictos en algunos templos con sus visitantes y Ranakpur no es una excepción. Así debemos tener en cuenta que está prohibido entrar con nada de cuero, con tabaco y las mujeres que estén con la regla. Esta medida es la única que no he visto cómo aplican pero sí las otras, con estrictos controles de seguridad a la entrada. Por supuesto debemos entrar descalzos y con las rodillas cubiertas.

El templo principal, como dije ya bellísimo y construido en mármol blanco, se articula en torno a una capilla central elevada en la que se guarda una imagen de Adinath, a la que no se puede hacer fotos y donde no podemos subir los turistas. Tiene numerosas columnas finamente talladas y cúpulas muy bellas. Una de esas columnas está torcida (no es difícil encontrarla) y se dice que el arquitecto afirmó por ello que sólo Dios es perfecto. Torcida o no todo el conjunto es muy armonioso y bello. En total hay 1444 columnas, todas ellas esculpidas con motivos diferentes, en el templo jainista más grande de la India.

Después de la visita fuimos a comer (incluido). En un pequeño buffet comí arroz blanco con piña, queso de varios tipos, pasta, pasteles y una especie de nata que estaba muy buena. Ya por la tarde seguimos nuestro camino hasta Deogarth atravesando la montaña. El paisaje ha cambiado radicalmente con respecto a los días anteriores. Y es que hemos abandonado la zona del desierto para adentrarnos en las proximidades del monte Aravali. Y nuevamente algunos monos nos acompañan por el camino.

Al llegar al pueblo, que ya desde el bus se nos antoja pequeño, nos hacen abandonarlo para coger una especie de jeeps en absoluto discretos con los que llevarnos al hotel. Recorremos con ellos todo Deogarth y a día de hoy no creo que hubiera alguien que no se hubiera percatado de nuestra presencia.

El Deogarth Mahal, situado en lo alto de la población, es un palacio del siglo XVII que, como otros en la India, ha sido reconvertido por su dueño en un hotel aunque sin abandonar en parte la decoración del hotel. Es normal ver por todas partes fotografías de la familia, incluso en las habitaciones.

Mi habitación estaba en lo alto del palacio y tenía una pequeña terraza por detrás, además de la delantera común, por lo que se disfrutaba de buenas vistas. A pesar de que no tiene el lujo de otros hoteles, resulta acogedor y suficiente para una noche.

Aprovechando que aún quedaba un buen rato para cenar, dimos una vuelta por el pueblo, haciendo el camino que hicimos al llegar pero en sentido inverso. Está lleno de tiendas por todas partes que cierran bastante temprano y a las afueras se ve un templo y un pequeño lago.

Por cierto, en mi paseo una chica del pueblo me llamó la atención por mi ropa (un vestido por la rodilla, sin mangas y atado en la nuca). Según ella debía vestir sari como ellas e ir bien tapada. Es una constante en ese país; las mujeres te regañan y a los hombres se les salen los ojos de las órbitas.

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