Las horas para levantarnos, desayunar y marcharnos eran las mismas que otros días así que eso no es nada novedoso y digno de destacar. Lo que sí que se debe decir es que se nos fue un rato la luz (una constante en ese país y que afectó a algunos compañeros de grupo cuando se estaban duchando).
A la hora del desayuno, mucho más pobre que otros que hemos tenido, nos enteramos que no funcionaba ninguna de las teles del hotel. Menos mal que cuando estoy de viaje no tengo mucha necesidad de verla. Éste ha sido, con mucho, el peor hotel del viaje pero era de esperar porque era el de menos categoría. Igualmente para dormir una noche ya me va bien.
Pushkar es muy conocida en la India por ser el lugar donde en octubre o noviembre se celebra la feria anual del ganado. Miles de visitantes acuden para ver o participar en este evento donde principalmente se venden camellos. Se dice que actualmente es la feria de ganado más importante de Asia. Se ha dispuesto un anfiteatro en las afueras (que vimos desde el bus) a tal efecto, donde también se organizan carreras de camellos, caballos y burros. Pero Pushkar también es famosa en el país por ser el único lugar donde podemos encontrar un templo dedicado a Brahma. Por ese motivo es una de las ciudades más sagradas de la India. Se dice que Brahma dijo que construiría un templo dedicado a su persona en el lugar donde cayera una pluma. Y ese lugar fue Pushkar.
Para visitar el templo de Brahma, muy concurrido, es necesario descalzarse, como en todos los otros templos. En este caso encontramos primero unas escaleras de mármol que ya no pueden pisarse con zapatos. Como había llovido estaban completamente llenas de agua, barro y porquería. Lo mismo se puede decir del interior. Y es que no es un templo cubierto. Imaginad lo que es caminar por allí pisando agua embarrada, restos de flores que llevan como ofrendas y algunas otras cosas que mejor no pensar lo que son. Resulta bastante asqueroso. Como ya estaba un poco harta de resbalarme al entrar descalza en los templos se lo comenté al guía local (por cierto, apenas si sabía hablar español y casi todas las explicaciones las daba en inglés). Me contestó que el dios quiere que entres en su templo sin zapatos. ¿El dios quiere que te rompas una pierna?. ¡Qué gracioso!.
El templo de Brahma no es tan bonito como otros que hemos visto. Sus llamativos colores lo hacen un poco hortera (columnas azules, torre naranja). Pero desde la terraza se veía uno pintado con tonos pastel que aún era mucho peor. A nosotros, acostumbrados en las iglesias a la piedra tal y como es, nos resultan algo extraños esos colorines en un templo. Olvidamos que nuestras iglesias románicas en origen estaban también completamente pintadas, de un modo que quizás hoy nos haría daño a los ojos. Supongo que es cosa de acostumbrarse. Ah, lo olvidé. En el templo de Brahma está completamente prohibido hacer fotos. Algunos te prohíben hacerlas incluso desde la calle (algo a lo que me negué). Puedo respetar no hacer la foto dentro del recinto sagrado; desde la calle hacerle la foto a una escalera me parece algo natural.
Pero en Pushkar nos dimos cuenta muy pronto que es normal que te prohíban fotografiar. Otro de los puntos importantes, y por qué no, sagrados de la ciudad es el lago. Bañarse en él se considera fundamental entre los hindús. Para dar una idea de lo que es sería algo así como bañarse en una taza de Colacao. El agua tiene el color del chocolate y debe haber una de porquería espectacular allí dentro. Pero eso no parecía importarle a la gente que estaba dentro, una abuela, por ejemplo, que iba nadando junto a los ghats. O a una chica, que se lavaba el pelo con esa agua. Dudo que le quedara demasiado limpio.
Lo más normal sería bajar a los ghats pero estaban tan o más sucios que las escaleras del templo por lo que todos desistimos. También tuvimos algunos problemas a la hora de hacer las fotos porque un tipo, vete a saber quién era, empezó a gritar que no se podía. ¿Prohibido hacer fotos en unas escaleras que bajan a un lago sucio?. Ni que decir tiene que nadie hizo ni caso. Por cierto, en cierto punto del lago tiraron parte de las cenizas de Gandhi cuando murió.
En la ciudad hay otros templos hasta llegar a los 400 (muchísimos para una ciudad tan pequeña). Los más famosos son los consagrados a Savitri y Gayatri. Se dice que Brahma fue maldecido por su primera esposa, Savitri, cuando él invitó a Gayatri, una aldeana que luego sería su segunda esposa, a acompañarle en un ritual.
Después de la visita al templo y al lago tuvimos 45 minutos de tiempo libre para dar un paseo por la ciudad, tan comercial como las otras que hemos visitado e igualmente tan llena de vacas. Intenté comprar unas pulseras de colores muy llamativas que se ven mucho en la India y que sus mujeres compran muchísimo pero son de un plástico malísimo y se rompen casi con sólo tocarlas. Durante el paseo se nos enganchó un indio que era pesadísimo.
Después de la breve pero suficiente visita cogimos nuevamente el autobús para ir a la ciudad de Ajmer, la que se dice que es la más musulmana de las ciudades indias. Fue fundada en el siglo X, en el XII cayó bajo el poder del sultanato de Delhi y posteriormente fue conquistada por Akbar (siglo XVI). Ya durante el dominio británico fue su más importante enclave en el Rajasthan.
Ajmer es famosa por albergar la tumba de Khwaja Ruin al-Din Chishti, uno de los santos sufís más importantes. Es por eso que se ha convertido en centro de peregrinación de primer orden dentro del mundo musulmán. El santo murió en esta ciudad en el siglo XIII y en el lugar de su tumba se construyó un edificio, que fue completado por Humayun siglos más tarde. Para llegar al centro de la ciudad y al santuario dejamos en autobús en el hotel más caro de la ciudad y cogimos unos tuc tucs. Ni que decir tiene que nuevamente tuvimos que descalzarnos y dejar los zapatos en un rincón. Luego subimos las escaleras, con brazos, hombros y cabezas tapados si eres mujer, y nos adentramos en el complejo de mezquitas y tumba. Al llegar a ésta, en la puerta, atestada de fieles, un tipo sentado nos bendecía con una escoba. Luego, una vez dentro, otro me puso encima de la cabeza un pedazo de tela verde que cubría la tumba y así me bendijo. Continué dando la vuelta a la tumba, como pude, y otro de los hombres que estaba allí alargó la mano, me volvió a poner un trapo en la cabeza y me pidió dinero por una bendición que yo no le había pedido. Evidentemente no le di nada. Por dos motivos. Uno es que la había hecho sin mi consentimiento y dos, que apenas si llevaba un vestido sin mangas y muy liviano. Nos habían hecho dejar todo lo demás en el autocar. Sólo al ver que no llevaba nada me dejó en paz. No así los fieles que venían detrás que, aprovechando el tumulto, me iban tocando el trasero mientras fingían mirar la tumba. Tan exagerado era que tuve que decirle a un compañero del grupo que se pusiera detrás. Por lo menos sabía que él no iba a meterme mano.
En el recinto está terminantemente prohibido hacer fotos excepto si eres musulmán y llevas un móvil con cámara. Entonces puedes hacer lo que hicieron unos chicos. Mientras nos explicaban el recinto unos tíos rondaban por allí haciéndome fotos con sus móviles. ¿Tan exótica les debo parecer?. Al salir fuimos a rescatar nuestros zapatos de una montaña. Ojo con los monederos. Aprovechando el tumulto y que te estás calzando mucha gente, sobre todo niños, intentan robarte. Menos mal que los policías vigilan, armados de gruesos palos.
Después de la visita cogimos de nuevo los tuc tucs para volver a coger el autobús. Durante el trayecto los otros conductores no me quitaban la vista de encima. Me tocó ir sentada detrás, mirando hacia fuera y con un vestido que me llegaba por encima de las rodillas pero que se hace más corto cuando te sientas y mucho más si cruzas las piernas. Si encima hace un poco de viento y se levanta imaginad sus caras. Los ojos se les salen de las órbitas. Como si en su vida hubieran visto una mujer.
Llegamos sobre las tres de la tarde al siguiente punto, Jaipur. La ciudad fue mandada construir por Jai Singh II y recibe el nombre de la ciudad rosa por el color de todos sus edificios en la parte antigua.
Fuimos directamente a comer al restaurante del hotel, en el que recomiendo la pasta (ya sean pennes o espaguetis Alfredo, con queso y mantequilla). Además nos dieron pan de muchas clases con mantequilla y un delicioso helado de chocolate y vainilla.
Ya por la tarde cogimos un rickshaw que por 50 rupias nos llevó hasta el edificio más importante y conocido de la ciudad, el Palacio de los vientos. Primero paramos en la fachada trasera, de color amarillo, para acabar después en la más famosa, la de color rosado. El palacio fue mandado construir en el siglo XVIII y apenas si es una fachada ya que no tiene más que una habitación de ancho. Pero resulta imponente con sus cinco alturas y sus hermosas celosías desde donde las mujeres podían observar sin ser vistas. A pesar de que es posible entrar, lo más bello está en el exterior.
Jaipur es una ciudad bulliciosa, una de las más caóticas que hemos visto, aunque facilita el paseo al tener unas aceras porticadas en las que se abren tiendas de lo más variopintas. Eso nos permitió poder recorrerla un poco más fácilmente, eso sí, acompañados todo el tiempo de indios que no paran de preguntarte cosas o de hablarte aunque no tengas ganas de hablar con ellos. Te preguntan de dónde eres y mil cosas más y si les dices que te dejen te responden que si eres racista y no quieres dirigirle la palabra a un indio. Vamos, para darles de palos. Como yo les dije es como si nosotros fuéramos en Barcelona todo el día dando conversación a los turistas que van por Paseo de Gracia o la Plaça Catalunya aunque no nos la pidan.
Vimos la puerta Tripolia, del siglo XVIII y antigua entrada al palacio, la calle donde se agolpan los puestos de cerámica, los vendedores de flores como ofrenda al templo (y un toro dando buena cuenta de ellas para cenar), la Jami Masjid, una mezquita de tres plantas y elevados alminares o la Ishwar Lat, una alta torre del siglo XVIII. Llegamos hasta las mismísimas puertas del City Palace, donde unos niños que dormían en la calle se acercaron a pedirnos algo y se ganaron una reprimenda de su padre. Sobre todo una de las calles estaba llenísima de gente. Vendían una especie de pulseras de colores de muchos tipos que constituyen el regalo de las hermanas a los hermanos en una importante fiesta que ya explicaré.
A una hora prudencial (pero mucho más tarde que el resto del grupo) regresamos al hotel con un tuc tuc. Y curiosamente al llegar el conductor decía que no tenía cambio. Parece una práctica habitual en ese país. Casi nunca llevan cambio y supongo que lo hacen para que les des más dinero del convenido. Con lo que costaba conseguir que te llevaran al hotel por 50 rupias (menos mal que soy buena para presionar y que me dejen las cosas al precio que creo que es justo y ojo que lo llamo presión no regateo). Al final no le quedó más remedio que ir a buscar cambio no sé a dónde, supongo que a alguna tienda cercana.
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