domingo, 10 de octubre de 2010

Pasaje a la India... con billete de vuelta- Decimocuarto día

Abandonamos Jaipur para dirigirnos a Agra, una de las ciudades más conocidas de la India. No obstante antes de llegar hicimos una parada para visitar Fatehpur Sikri, una de las grandes sorpresas del viaje porque nunca había escuchado hablar de ella.

Al complejo no se puede entrar con autobús por lo que lo dejamos en el aparcamiento y cogimos unos coches especiales. En el camino los vendedores no nos dejan en paz y no tardamos en darnos cuenta de que no se van ni dentro de los monumentos. Resultan pesadísimos y si a eso le unimos que hace un calor espantoso todo en su conjunto puede resultar agobiante.

Fatehpur Sikri fue mandada construir por el emperador Akbar entre 1571 y 1585 en honor de Salim Chishti, famoso santo sufí. Fue la capital mogol sólo durante 14 años y se abandonó por falta de agua. Todos los edificios están construidos con piedra arenisca, por eso su color rojo. Casi todos son bellos palacios, algunos de ellos donde vivían la esposa turca y la cristiana del emperador. También se conservan los pabellones de las audiencias públicas y privadas y el Panch Mahal, un enorme edificio de cinco alturas que domina el patio Pachisi donde se dice que el emperador jugaba al parchís usando a mujeres a modo de fichas. También vimos un estanque, Anoop Talao, con una plataforma central donde se colocaba Tansen, un legendario músico y una de las llamadas nueve joyas de la corte de Akbar.

Además de la parte civil, en Fatehpur Sikri encontramos la parte religiosa. La Jami Masjid es una mezquita majestuosa a la que nos siguen los pesadísimos vendedores. Para entrar, y como siempre, tenemos que descalzarnos y cubrirnos las cabezas.

La mezquita es imponente, elaborada con la misma piedra de arenisca, e igualmente lo es la entrada, de 54 metros de altura. Pero lo que más llama la atención del conjunto es la tumba del santo, construida en mármol blanco. Os recomiendo que llevéis unos calcetines. El suelo del patio quema muchísimo. Y en la medida de lo posible caminad por encima de las alfombrillas que han puesto.

En 1568 ese santo sufí predijo que Akbar, preocupado por su falta de descendencia, tendría un hijo de su esposa musulmana (recordemos que tenía otras dos, la turca y la cristiana). Desde ese momento el lugar se convirtió en un importantísimo centro de peregrinación de gente que busca un milagro, sobre todo de mujeres que quieren ser madres. Para pedir un deseo se tiene que atar un hilito rojo en la celosía que rodea la tumba.

Después de la visita a la ciudad abandonada nos dirigimos al hotel, un auténtico caos. En toda mi vida no he visto nunca un hotel más complicado. Resultaba difícil dar con las habitaciones, llegar a la recepción temporal (estaba en obras) o, simplemente, salir a la calle. No está bien preparado para las personas que tienen problemas de movilidad porque carece de ascensor a pesar de ser un cuatro estrellas. No se preocupan mucho porque los chicos del hotel te llevan las maletas pero no van a llevar a la gente en brazos.

A la hora de comer también tuvimos un desencuentro. Algunos de los miembros del grupo quisieron comer a la carta y otros nos decantamos por el buffet. Sin embargo el encargado nos impidió estar en el restaurante más próximo porque decía que las mesas estaban ocupadas (cosa que no era cierta). Eso nos obligó a ir dándonos paseos arriba y abajo con los platos.
Después de comer el guía local nos estaba esperando con unas bolsas en las que había una botella de agua, obsequio del Taj Mahal.

Agra fue la sede de la corte mogol durante los siglos XVI y XVII, antes de que la corte se trasladara a Delhi. La ciudad se encuentra a orillas del río Yamuna y se hizo grande bajo el reinado de sultanes como Akbar o Shah Jahan, que no dudaron en embellecerla y hacer de ella una ciudad digna de ser hoy en día Patrimonio de la Humanidad.

Situado en una de las orillas del río, se alza el majestuoso Fuerte Rojo, una impresionante fortaleza mandada construir por el emperador Akbar en el siglo XVI. Debe su nombre al estar construido con piedra arenisca roja, la misma que se usó para hacer la ciudad de Fatehpur Sikri. Encierra bellos palacios y una torre octogonal, la Musamman Burj, donde Shah Jahan pasó los últimos años de su vida. Pero será mejor que expliquemos la historia desde el principio.

Érase una vez, en la vieja India, un príncipe llamado Kurram. Era atractivo, inteligente y versado en muchas disciplinas. Un día, paseando por el bazar, vio por casualidad unos ojos que le cautivaron. Eran los de la princesa Arjumand, nieta del Primer Ministro de la Corte y sobrina de Nur Jahan, esposa del emperador Jahangir. El príncipe inmediatamente se enamoró de ella y le compró el collar de diamantes por el que la joven se interesaba. Cinco años después ambos, completamente enamorados el uno del otro, se casaron. Con el tiempo Kurram llegaría a ser emperador con el nombre de Shah Jahan (que significa emperador del mundo) y su esposa se llamaría Mumtaz Mahal (la elegida de palacio o la perla del palacio). Ella era muy querida por su pueblo por ser amable y generosa. Pero quiso la mala fortuna que la emperatriz muriera al dar a luz a su decimocuarto hijo. Shah Jahan quedó destrozado y decidió que abandonaría su vida de lujos y levantaría una de las más bellas tumbas en honor de su esposa, el Taj Mahal. Se dice que habría sido ella quien, en su lecho de muerte, le habría pedido que le construyera una tumba como jamás se hubiera visto otra. Veinte años duraron las obras. Una vez terminado quiso hacer otro mausoleo igual para él al otro lado del río Yamuna, pero esta vez en mármol negro. Pero no lo consiguió. Su ambicioso hijo Aurangzeb mató a sus hermanos y encerró a su padre y a sus hermanas en el Fuerte rojo, haciéndose con el poder. Allí murió Shah Jahan a los 74 años, viendo desde su lecho de muerte la tumba de su amada esposa.

No se sabe quién fue el arquitecto del Taj Mahal. Se dice que se llamaba Ustad Isa aunque no hay datos históricos de ese personaje. Para hacerlo se usaron mármol de las canteras de Jodhpur, jade y cristal de China, turquesas del Tibet, ágatas del Yemen, zafiros, diamantes, ámbar, amatistas, malaquita o coral. Costó casi 41 millones de rupias y 500 kilos de oro y en él trabajaron 20.000 obreros.

Una vez atraviesas una enorme puerta y entras en el recinto te quedas admirado por la belleza del monumento de mármol blanco, que parece como de un cuento de Las Mil y una noches. A pesar que desde el Fuerte rojo se ve y que lo hemos visto una y otra vez en libros o en TV, nada es igual a estar allí.

Frente a nosotros se abre un enorme jardín formado por cuatro cuadrados iguales y atravesados por un largo canal rodeado de árboles. Todo allí parece simétrico y de hecho lo es. En el medio se abre un imponente estanque, llamado del Loto, que debe su nombre a los caños con forma de loto de sus fuentes. En él se da la imagen más hermosa del Taj Mahal, con la silueta del edificio reflejándose en el agua. Conseguimos que un turista, un inglés muy amable, nos hiciera una foto allí.

La simetría continúa al ver sendos edificios a los lados del principal. A la izquierda si miramos el edificio de frente vemos la mezquita y a la derecha la casa de huéspedes. La mezquita tiene tres cúpulas y está construida en arenisca roja y mármol blanco; desde ella se pueden hacer curiosas fotos de la tumba. Al otro lado, la casa de huéspedes se llama también el eco de la mezquita y fue construido para guardar la simetría. Y es que lo único que no es perfecto en el conjunto es la presencia de la tumba (falsa porque la verdadera está abajo y no puede verse) del emperador. Ya he dicho que la idea de Shah Jahan era mandarse hacer su propio mausoleo. Algunos estudios recientes desmienten esa hipótesis. Se sabe que el hijo del emperador, a pesar de su crueldad, era muy piadoso y seguiría al pie de la letra la regla musulmana de enterrar sin ostentación. Por eso, aprovechado la existencia del Taj Mahal, decidiría enterrar allí a su padre, evitando así costes innecesarios al gobierno.

Para subir a la zona de la tumba es necesario quitarse los zapatos (que en esta ocasión sí guardan bien) o protegerlos con unos calcetines de plástico que el guía nos da a la entrada. Todo allí es blanco e inmaculado, supongo que por ser una de las maravillas del mundo y estar megaprotegido.

En el interior del edificio hay una sala octogonal central con cuatro salas octogonales más pequeñas a los lados. Apenas si puedes distinguir bien las tumbas por estar sumidas en la penumbra. Y está completamente prohibido hacer fotos. Como dije la tumba del emperador rompe la simetría, al estar situada a un lado. La tumba central es la de Mumtaz Mahal.

Todas las paredes del interior del Taj Mahal están decoradas con incrustaciones. Esa técnica florentina se llama pietra dura. Para darnos la imagen del jardín del paraíso se hacen complicados relieves florales con incrustaciones de piedras preciosas sobre el mármol blanco. Se representan flores como la azucena, el tulipán o el narciso en ramilletes y con piedras de distintos colores. Parece ser que esa técnica fue importada por el emperador Jahangir y puede verse también en el Fuerte Rojo. Lo más llamativo es la enorme cúpula de 35 metros, de forma de cebolla y terminada con un anillo de flores de loto y una aguja dorada, y los cuatro minaretes de 40 metros de alto. Como curiosidad los minaretes se construyeron con una leve inclinación que hace que, en caso de que se cayeran, no lo hicieran sobre el mausoleo. Están coronados por un templete octogonal que también termina con el diseño de la flor de loto y la aguja. El conjunto se decora, además, con pasajes del Corán. Las letras, con la bella caligrafía mogol, están hechas en oro y se incrustan sobre el mármol.

Diversas leyendas se asocian al mausoleo, como aquélla que dice que después de terminarlo Shah Jahan mandaría cegar y cortar las manos de los obreros para que nunca volvieran a hacer una obra semejante. La verdad es que tampoco hay nada que apoye esta teoría aunque se ha dicho de muchos grandes monumentos de la antigüedad.

Extramuros existen otros mausoleos más pequeños que nadie (o casi nadie) visita y que contienen los restos de las otras esposas de Shah Jahan y del sirviente favorito de Mumtaz Mahal.

Un trabajador del recinto nos fue indicando dónde nos podríamos hacer las mejores fotos o nos las hacía él mismo a cambio de una propina. La verdad es que el resultado es espectacular pero tuvimos que decirle que ya estaba porque no hubiéramos tenido tiempo de nada más que de seguirle cámara en mano.

Como curiosidad decir que, cuando ya salíamos, vimos volando por encima del recinto unos murciélagos del tamaño de un conejo. De haber estado en Rumanía creo que nos habríamos muerto de miedo.

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