Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente dentro de ti.
No te quiero mucho, amor,
no te quiero mucho.
Eres tan cierto y mío,
seguro de hoy, de aquí.
Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua.
¡Qué frenesíes quererte!.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos.
Pero yo te he hecho daño,
te he querido.
Yo te he hecho daño. Tengo manos, míralas.
Cuando se quiere con los brazos,
sus músculos fatales,
con las manos, y sus dedos duros y sus uñas,
las estrellas más cándidas se asustan.
Tengo unos labios. Mira.
Perdóname en los labios,
si es que me has perdonado ya en las manos.
Y yo tengo un amor. Sí, míralo:
si traes los ojos con que yo te amo
acaso puedas verlo
cerrándote muy bien todos los huecos
del alma.
Tengo, tuve un amor. Y eso no es culpa
tuya, ni mía ni de nadie.
¿A quién podría echársele
la culpa de la sangre
por las venas oscuras o de esa
palabra que inventamos entre sueños?.
Y como no hay amor ni ave que puedan
estar de vuelo siempre,
y toda ala de querer o pájaro
necesita posarse, te hice sufrir.
Y por eso empezó el terrible daño
que hacen las manos y los labios
sobre todo las almas, cuando piden
amor y amor, a un día y a otro día:
necesitadas almas, como ojos
que al abrirse, mañana tras mañana
si no está allí la luz lloran de pena.
Perdóname en mi alma que te quiso,
tú que constantemente me perdonas.
Que el daño que hace el hombre
a los seres más tiernos
que nos arrancan siempre lágrimas
porque los vemos,
tan sólo con mirarlos a los ojos
a ellos y a su destino al mismo tiempo
está en enamorarse. Es el amor de nuevo.
tan torpemente dentro de ti.
No te quiero mucho, amor,
no te quiero mucho.
Eres tan cierto y mío,
seguro de hoy, de aquí.
Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua.
¡Qué frenesíes quererte!.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos.
Pero yo te he hecho daño,
te he querido.
Yo te he hecho daño. Tengo manos, míralas.
Cuando se quiere con los brazos,
sus músculos fatales,
con las manos, y sus dedos duros y sus uñas,
las estrellas más cándidas se asustan.
Tengo unos labios. Mira.
Perdóname en los labios,
si es que me has perdonado ya en las manos.
Y yo tengo un amor. Sí, míralo:
si traes los ojos con que yo te amo
acaso puedas verlo
cerrándote muy bien todos los huecos
del alma.
Tengo, tuve un amor. Y eso no es culpa
tuya, ni mía ni de nadie.
¿A quién podría echársele
la culpa de la sangre
por las venas oscuras o de esa
palabra que inventamos entre sueños?.
Y como no hay amor ni ave que puedan
estar de vuelo siempre,
y toda ala de querer o pájaro
necesita posarse, te hice sufrir.
Y por eso empezó el terrible daño
que hacen las manos y los labios
sobre todo las almas, cuando piden
amor y amor, a un día y a otro día:
necesitadas almas, como ojos
que al abrirse, mañana tras mañana
si no está allí la luz lloran de pena.
Perdóname en mi alma que te quiso,
tú que constantemente me perdonas.
Que el daño que hace el hombre
a los seres más tiernos
que nos arrancan siempre lágrimas
porque los vemos,
tan sólo con mirarlos a los ojos
a ellos y a su destino al mismo tiempo
está en enamorarse. Es el amor de nuevo.
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